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el auditorio. Sus palabras miraban especialmente a
hacer que volvieran sobre sus pasos dos clérigos,
que, terminado el tiempo de los votos trienales,
no se preocupaban por pedir la renovación. Los dos
estaban dotados de gran capacidad y no parecía que
tuviesen ningún motivo razonable para dudar de su
propia vocación; el salir hubiera sido para ellos
recalcitrar contra la llamada de Dios. A la mañana
siguiente se reunió el Capítulo Superior y se
trató este tema; don Bosco dijo que se había dado
cuenta de que había hablado demasiado fuerte, pero
que la necesidad le había obligado a ello, por
tratarse del bien de aquellos dos clérigos, y
también de algunos otros; pero que aquellos dos no
podían pensar que habían sido ellos el objeto, al
que él principalmente se había referido con su
seria amonestación, puesto que ni uno ni otro
había abierto la boca con él hasta entonces sobre
quedarse o marcharse; es más, no podían suponer
siquiera que él estuviera enterado de si habían
hecho la petición o no. Pero don Bosco no había
soltado palabras al aire. La consecuencia fue que,
después de haber hablado ellos aquella noche, uno
hizo la petición enseguida, al día siguiente, y el
otro estaba dispuesto a hacerla y realmente la
hizo más adelante.
Añadiremos que este último había sido
verdaderamente acosado en su pueblo. No sólo se le
oponían sus padres, sino también el párroco, que
se esforzaba, con celo digno de mejor causa, para
disuadirlo de quedarse con don Bosco; es más, el
Arzobispo ((**It12.451**)) mismo
fue a la aldea natal del clérigo, le buscó en su
casa, intentó primero disuadirlo de su idea por
las buenas y por último lo quiso por las malas,
amenazándolo con que nunca lograría ser ordenado
sacerdote. De momento quedóse cada uno con su
opinión; pero el clérigo recibió con ello un
golpe, cuya consecuencia hemos visto.
El 17 fue el día de las profesiones religiosas.
La ceremonia se desarrolló de la siguiente forma:
A las nueve y media entraron todos los
ejercitantes en la iglesia, oyeron la segunda
misa, por ser domingo y, al mismo tiempo, cantaron
el acostumbrado oficio; después se concluyó la
lectura de las Reglas.
Acto seguido, se entonó el Veni Creator, y todos
los admitidos para la profesión, se reunieron en
la sacristía; eran treinta y cinco, veintiuno para
los votos perpetuos y catorce para los trienales.
Estaba preparado en el presbiterio un
reclinatorio, en el que se irían arrodillando uno
tras otro para pronunciar la fórmula. Sobre la
tarima del altar in cornu evangelii había un
sillón destinado a don Bosco para recibir las
profesiones. Entraron primero los que tenían que
hacer los votos perpetuos. Cuando éstos se
retiraron, salieron de la sacristía los otros, a
los cuales
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