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de Ivrea. Tuvo desde niño un extraordinario
espíritu de oración; en casa y en el colegio de
Caluso, donde comenzó el bachillerato clásico, fue
sorprendido a veces, lo mismo de día que de noche,
apartado y absorto en oración. Aspiraba al
sacerdocio, oyó a uno de los maestros hablar del
Oratorio y quedó tan enamorado de él que quiso ir
a terminar allí el bachillerato. Tenía dieciséis
años.
Era de estatura más que mediana, rostro pálido,
aspecto sencillo y porte corriente; vestía
humildemente, pero limpio; como le pareció al
Director de estudios que llegaba para empezar el
bachillerato, sin preguntarle nada, le llevó al
aula de la sección inferior del primer curso. El
no dijo palabra, y se estuvo allí tranquilo todo
el día, pero, al siguiente, su ejercicio de
redacción descubrió el error. De talento
despierto, descolló entre los primeros del quinto
curso. Su piedad le abrió inmediatamente las
puertas de las Compañías de San Luis y del
Santísimo Sacramento y más tarde le dio entrada en
la de la Inmaculada Concepción, reservada a los
mejores. Llegada la hora de decidir sobre la
vocación, no titubeó un instante. ((**It12.435**)) Se le
presentaron personas distinguidas e influyentes,
para disuadirlo, y les dijo que en materia de
vocación sólo se escucha la voz de la conciencia y
la palabra del propio director de espíritu. Entró
en el noviciado y se puso enteramente en manos del
Maestro, el cual no dudó en proclamarlo, en la
relación escrita que debía dar a don Bosco, como
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Uno de sus primeros pensamientos fue aprender a
meditar. Leyó, preguntó y al fin se atuvo a este
método. Al principio, al ponerse en la presencia
de Dios, se figuraba que Jesús Crucificado estaba
ante él y que le observaba amorosamente desde la
cruz. En el curso de la meditación daba de vez en
cuando miradas con la mente al crucifijo,
imaginándose que recibía de él alientos para
considerar a fondo la verdad que meditaba. Al
final rogaba a Jesús que dejase caer sobre él una
gota de su preciosísima sangre, como prenda de
perdón y de gracia. Concluía la meditación tomando
algunos buenos propósitos. Por este continuo
pensamiento en Jesucristo a lo largo de la
meditación, se sentía movido a escudriñar
atentamente su corazón y a tomar firmes
resoluciones.
Conoció plenamente el valor de la obediencia.
Un compañero le manifestó sus antipatías hacia
cierto superior inmediato: Vigliocco se dio a
explicarle la doctrina de san Alfonso, de que
ordinariamente es una gran fortuna tener a un
superior que nos parece lleno de defectos, porque
así podemos conocer si somos verdaderamente
obedientes o no, es decir, si obedecemos al hombre
porque nos agrada, o a Dios a
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