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salesiano don Albano, entre la gente, le echó las
manos a los hombros como para abrazarlo, y le dijo
al oído:
-Diga a don Bosco que no podría estar más
satisfecho de lo que estoy por el recibimiento
tenido en el colegio; dígaselo, pues me hará un
gran favor. Salude de mi parte a estos queridos
muchachos. Dígales que nunca jamás los olvidaré.
Dé las gracias a los Superiores, a los alumnos, a
los músicos, a los cantores de parte de todos
nosotros. Los versos de la poesía casi los he
aprendido de memoria y ya acabaré de aprenderlos.
No quiero olvidarlos nunca y los llevaré impresos
en mi corazón. Dígales, dígales, por favor, todo
esto; no se olvide. Yo haré por el colegio todo lo
que pueda.
Dicho esto, se unió a los compañeros que
empezaban a salir. Don ((**It12.429**)) Bosco
los acompañó hasta la mitad de la plaza, y después
de repetidas protestas, de imperecederos
recuerdos, reverencias y apretones de manos,
volvió al colegio.
Estaba visiblemente contento. Después de la
comida, sentado en el gran sillón en el pórtico y
rodeado de clérigos y sacerdotes, manifestó sus
impresiones e ideas, que fueron recogidas; algunas
especialmente son dignas de pasar a la historia.
-Creo, dijo él, que hacía mucho tiempo que
estos Ministros y Diputados no habían oído tantos
sermones como hoy en Lanzo. Después de todo son
unas pobres personas que no oyen nunca una palabra
dicha con el corazón, ni una verdad expresada de
modo que no los exaspere. Yo los he recibido
cordialmente y les he dicho con el corazón en la
mano, lo que me sugería la ocasión; y también les
he dicho todas las verdades que podía decirles,
sin ofenderlos y de la manera más franca. Tal vez
no han hecho nunca ejercicios espirituales; pero
creo que en esta ocasión, aun sin ir a San
Ignacio, han hecho una buena tanda.
-Por lo demás, no podía imaginar que esta
fiesta podría resultar tan grandiosa, a pesar de
que habría puesto en aprieto a cualquiera. Yo no
me he turbado más que cuando estoy con mis
muchachos, y he hablado a esos señores con la
misma franqueza y familiaridad. Ellos hacían
muchas preguntas, una tras otra sin parar, y yo me
reía. Creían que reía por lo extraño de las
preguntas que me hacían, pero yo no podía contener
la risa al verme allí, rodeado de tanta gente como
el protoquamquam (primate), y al escuchar las
preguntas y dar las respuestas, iba yo pensando en
aquella mi extraña situación.
-Y me parecía que había hecho bien en venir a
Lanzo. íPobre Director! íEn qué apuros se habría
encontrado! >>Cómo habría podido contestar a
tantas preguntas engañosas, malintencionadas y aún
provocativas,
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