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en la preciosidad de las cosas celestes; en los
juicios de Dios; en la eternidad... Para pensar
que a la hora de morir lo que produce satisfacción
es el bien hecho, y que todo lo demás no causa más
que angustias... Si, después de todas estas
reflexiones, éste hiciese una buena confesión
general, entonces yo podría dar un juicio sobre su
interior.
-Pero diga, por favor; >>cree usted que
nosotros nos salvaremos?, preguntóle uno como
quien quiere decir una agudeza.
-Así lo quiero esperar, porque la gracia y la
misericordia del Señor son muy grandes...
-íPero nosotros no queremos convertirnos tan
deprisa!
->>Querrán ustedes decir que ciertamente
desearían ser convertidos... pero siguiendo
todavía... o, más bien, lo desearían..., pero no
tienen valor para tanto...?
-Sí, cabalmente, es así.
-Entonces yo no tendría que decir más que lo
que ha dicho aquel señor hace poco: desiderium...
y lo que sigue.
-Sí, sí, íesto va de perillas para ti,
Nic_tera!; dijo uno.
-Mejor para ti, replicó otro.
Acabó por fin aquel tema y se pasó a otros
asuntos, de los que no se guarda recuerdo, pero
sabemos que don Bosco no perdía ocasión para
soltar alguna verdad saludable y hasta de las que
escuecen. Sin embargo, su palabra amable, la
sencillez de sus maneras excluía toda mordacidad u
ofensa personal; de modo que todos le rodeaban
atentos y bromeaban, mas sin que se oyera una
palabra o se viese un ademán que supiese a
desprecio. En resumidas cuentas, don Bosco los
tenía completamente dominados. Aquel día
Zanardelli estaba apenado, no se traslucía si por
alguna angustia interior que lo atormentase o por
estar aquejado de algún malestar físico.
((**It12.427**)) ->>No
se encuentra usted bien?, preguntóle don Bosco.
-íNada de eso, señor!, le respondió Zanardelli
suspirando.
-íEntonces haga por curar!
Estas palabras del Siervo de Dios, como
atestigua Lemoyne, que estaba presente y lo vio
todo, produjeron un efecto extraño en Zanardelli.
La mirada de don Bosco, observa el mismo Lemoyne,
en estas circunstancias decía lo que la boca
callaba.
Nic_tera había cortado una flor, se la había
puesto en el ojal de la solapa y así la llevó
después todo el día. Se dieron cuenta de ello los
periodistas, los cuales dijeron que el Ministro
había querido expresar con este gesto su amor y
aprecio por don Bosco.
Poco a poco, diputados, senadores y muchos
otros habían llenado aquel espacio y comentaban
con simpatía la familiaridad y amabilidad
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