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Los canonistas de aquel tiempo no estaban todos de
acuerdo en este punto, cuando se trataba de votos
simples. Desaconsejaban la liberalidad en conceder
la dispensa, pues esto, en la mayoría de los
casos, redundaba en perjuicio de las
Congregaciones; pero bien mirado y en último
término la decisión quedaba al arbitrio del
Superior General, a quien por consiguiente no
incumbía la obligación de recurrir a Roma. En
aquella circunstancia don Bosco, aunque estaba al
día de todo esto y tenía además concedidas por Pío
IX facultades especiales, aprobó la decisión
capitular.
En este improviso llegar de personal de fuera,
era visible la mano de la Providencia. A primeros
del mes de noviembre salieron para las misiones
veintitrés, entre coadjutores, clérigos y
sacerdotes; y otros tantos sacerdotes, clérigos y
coadjutores le llegaron al Oratorio de sus casas.
Un rasgo singularmente providencial fue también
este otro. Don Bosco había iniciado negociaciones
verbales con Roma para obtener ciertas dispensas o
concesiones ((**It12.392**)) en
favor de la Sociedad; francamente sentía
apremiante necesidad de ello. Un día se sentó al
escritorio y empleó mucho tiempo en la preparación
de una carta para el Padre Santo, a quien decía
que, puesto que El le había confiado ciertos
encargos, tuviese a bien concederle los medios
indispensables para cumplir sus augustos deseos.
Pues bien, hete aquí que la mañana del 19 de
noviembre dobló el papel, lo metió en el sobre,
estaba a punto de cerrarlo, sellarlo y enviarlo al
correo, cuando recibió, procedente de Roma, una
carta del Papa que respondía a todas y cada una de
las peticiones que acababa de formular y estaba ya
a punto de enviar, y le concedía, de lo primero a
lo último, todo lo que le pedía.
-íEs realmente un hecho providencial!, exclamó
don Bosco. El Papa está verdaderamente situado en
una atmósfera absolutamente superior y milagrosa.
La fama de la Congregación se divulgaba cada
día más, de suerte que sacerdotes, párrocos y
monseñores acudían a enterarse o escribían,
deseosos de pertenecer a ella; pero don Bosco no
se mostraba de ningún modo fácil para animarlos a
ello. Solía decir:
-Estos, ya disfrutan de una buena posición en
sus diócesis, y, por tanto, encuentran siempre mil
dificultades para abandonarla, así que imagino que
muchos no vendrán. Si por fin se deciden a venir,
superando todo obstáculo, las más de las veces, al
poco tiempo de estar en nuestra casa empiezan a
disgustarse, porque no pueden seguir sus
costumbres y tienen que empezar una vida nueva.
Por otra parte, nosotros debemos mantenernos
firmes para no tolerar costumbres contrarias a
nuestras réglas y tradiciones. Este descontento de
su parte
(**Es12.335**))
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