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viviente del extraordinario poder formativo de don
Bosco. A pesar de sus naturales inclinaciones,
propensas a lo excéntrico, y que en otras partes
lo habrían convertido en el hazmerreír de todos y
hombre de escasa valía, al pasar por las manos de
don Bosco, quedó plasmado de tal modo, que,
incluso utilizando los defectos temperamentales,
realizó durante cincuenta años un bien
incalculable en el oratorio festivo de San
Francisco de Sales y rindió a la Congregación
numerosos y a veces señalados servicios. El se
habría lanzado al fuego por don Bosco; y don Bosco
dio muestras de apreciar tanto su fidelidad que,
en una ocasión, le entregó treinta mil liras para
saldar una cuenta, y, lo que es mas aún, se las
entregó públicamente y con la mayor indiferencia.
Pero no fue un acto indiferente para Garbellone,
que aún no había llegado a los treinta años: se
echó a llorar y lo recordó siempre con emoción.
Se presentaron dos clérigos, procedentes de
distintas diócesis, pidiendo ingresar en el
noviciado. Parecían buenos y decididos: sin
embargo, fueron recibidos como simples aspirantes.
Por aquel entonces iba don Bosco muy despacio para
admitir a los que no habían hecho los primeros
estudios en nuestras casas y quería asegurarse de
si eran capaces de recibir una formación netamente
salesiana.
Había un sujeto que deseaba ingresar como
coadjutor: era ((**It12.391**))
bastante inteligente, pero tenía la desgracia de
ser deforme en el aspecto. Don Bosco no consideró
oportuno admitirlo, y lo pasó a don Julio
Barberis; como solía hacer habitualmente al dar
encargos verbales, sugirióle las palabras con que
debía comunicarle la negativa. Tenía que decirle
así:
-Mira, todos los Superiores te quieren, nunca
te echarán, están muy conformes con que te quedes
aquí con nostros. Sin embargo, en atención a las
personas ajenas, no conviene que tú entres a
formar parte de la Congregación porque, según
nuestro instituto, tenemos que salir
continuamente, encontrarnos en medio del mundo, ir
y venir para recados y asuntos y podría quedar
desacreditada nuestra Sociedad. Pero queda
tranquilo, pues te guardaremos todas las
atenciones debidas.
Efectivamente, pasó toda su vida en el
Oratorio. Se llamaba Doda, y fue conocido por
todos los que estuvieron en el Oratorio.
Tres sacerdotes sabedores de que don Bosco no
se negaba normalmente a abreviar la duración de la
prueba, hubieran querido hacer los votos perpetuos
en la fiesta de la Inmaculada, después de sólo
tres meses de noviciado. Aunque eran óptimas
personas y de espíritu conforme al nuestro, con
todo no fueron admitidos por el Capítulo Superior.
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