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Ciertos episodios son como comer cerezas que una
llama a otra. Antonio Aime era un chiquillo de
once años, huérfano, alumno del segundo curso del
bachillerato, confiado a don Bosco por la divina
Providencia. Lo mismo que otros, que no tenían
quien pudiese mantenerlos durante las vacaciones,
se quedaba en el Oratorio. El Beato, que se
encontraba en Lanzo para los ejercicios
espirituales de los salesianos, pensó en él y
escribió al secretario, don Joaquín Berto, que lo
llevase allí para pasar unos días. Fue con Pedro
Furno, del primer curso. Los dos buenos muchachos,
cuando se vieron en Lanzo, hubieran querido hacer
ellos también, los ejercicios; pero se opuso el
predicador de las instrucciones, don Francisco
Dalmazzo, porque aquéllos no eran ejercicios para
muchachos. Se quejaron a don Bosco el cual,
sonriendo, les dijo:
-Pues bien, si don Francisco Dalmazzo no os
deja hacer ejercicios espirituales, don Bosco os
hará hacer ejercicios corporales. Id al prefecto
del colegio y decidle de mi parte que os dé veinte
céntimos a cada uno todos los días, un panecillo
por la mañana, otro por la tarde, y después,
mientras estéis aquí en Lanzo, iréis a desayunar y
a merendar a la montaña con pan y leche fresca.
El mismo trazó, además, el horario de sus
vacaciones, que no podían resultar más agradables,
como más tarde declaraba por los dos don Antonio
Aime. Este fue Inspector, primero en España y
después en América; donde quiera que estuvo, se le
recuerda con veneración. También Furno llegó a ser
salesiano y fue el primer Director de la casa de
Trento.
El mes de septiembre y todo el otoño era el
tiempo de las inscripciones ordinarias en el
noviciado. Los escasos hechos, no sepultados por
el olvido, ilustran en este volumen, como en el
precedente, los criterios que servían de norma
((**It12.390**)) a don
Bosco para admitir y no admitir a alguien a formar
parte de su familia mayor.
Había en el Oratorio tres aprendices, que,
movidos por el afecto a nuestras cosas, ansiaban
asistir a las meditaciones y conferencias de los
novicios: Borghi, Ghiglione y Garbellone.
-Son muchachos buenos y conocidos, dijo el
Beato. Estoy conforme con que tomen parte en todo
lo que hacen en común lo novicios. Es más, por mí,
querría que dos tercios de los muchachos tomasen
parte; sustancialmente no se hace en esas
reuniones más de lo que tendría que hacer todo
buen cristiano, excepto que entre nosotros se
reprenden algo más libremente los defectos en las
conferencias.
Pasando por alto a los dos primeros, >>quién de
los nuestros no ha conocido siquiera de nombre al
tercero? Pues bien, él fue una prueba
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