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Acercábanse, mientras tanto, los ejercicios
espirituales de otoño:
era la hora de que los novicios resolvieran el
gran problema, de hacer o no hacer la petición de
los votos. Para asistirlos y ayudarlos en un
asunto de tanta importancia y preparar todo lo
necesario a los ejercitandos, don Julio Barberis
se trasladó hasta allá, desde donde escribió
enseguida al Beato, informándole acerca del estado
de los ánimos e invitándole a hacerles una visita.
El diligente ((**It12.387**))
maestro de novicios estaba algo afligido por
algunas deserciones habidas. El Siervo de Dios le
contestó con esta interesantísima carta.
Mi querido Barberis:
En tu carta, junto con las afectuosas palabras
de nuestro siempre querido don Juan Bautista
Lemoyne, me propones que dé un paseo a Lanzo; pero
los asuntos que tenemos aquí entre manos, y mi
salud que reclama unas atenciones, que yo querría
rehusar, me lo impiden al menos por ahora. Pero,
si hace falta, cada novicio puede escribirme e
incluso venir a Turín. Parece, sin embargo, que
las dificultades deben presentarse, más bien
cuando uno ingresa en el noviciado, que cuando
hace la profesión religiosa, la cual depende
enteramente de la voluntad individual.
Será bueno que tú les digas que la petición de
hacer los votos no comporta ninguna atadura y que,
después de los ejercicios, cada uno es
completamente libre. Las reflexiones había que
hacerlas sobre todo a lo largo del año, como
prudentemente lo han hecho muchos; ahora parece
que no queda por hacer más que dar un puntapié al
mundo y decir con san Alfonso:
Mundo, para mí no existes;
para ti yo ya no soy:
ya todas mis aficiones
las he entregado al Señor.
El me ha enamorado tanto
con su amable bondad,
que de otros bienes creados
en mí deseo no hay.
Ahora quiero contarte un sueño, fábula o
historia que forjó mi mente la noche de la
festividad de Santa Ana.
Vi un pastor que trabajaba por alimentar,
proporcionar buenos pastos y alejar del peligro a
sus ovejas. Hacía un año que estaba empeñado en
aquel trabajo, había sudado mucho, y estaba
contento de sus fatigas porque las ovejas estaban
muy gordas, muy cargadas de lana, y producían
leche abundante.
Cuando llegó el tiempo del esquileo, señaló el
día e invitó a algunos amigos para hacer un poco
de fiesta.
El buen pastor penetró muy temprano en el redil
y se dio cuenta de que faltaban algunas ovejas.
->>Dónde han ido a parar las ovejas que
faltan?, preguntó.
Y se le respondió:
-Vino un hombre, les propuso mejores pastos y,
así ilusionadas, se marcharon con él. Es todo lo
que sabemos.
-íPobre de mí!, dijo el pastor lleno de
aflicción. De aquellas ovejas por las que
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