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largius neque parcius de santo Tomás; ni gastos
superfluos, ni sórdida tacañería. Temió no
estuviera justificado el gasto de blanquear cada
año la mitad de la casa; y por eso el 31 de mayo
se quejó de ello a algunos Superiores y ((**It12.376**))
añadió:
-Es preciso que me ayudéis. Decid y repetid que
el día en que no haya albañiles en casa, es un día
de oro. Por lo demás, tendré que tomar cartas
sobre el asunto y no permitir ningún trabajo más,
por pequeño que sea, sin que se me pida licencia
vez por vez.
Pero, cuando le parecía necesario un gasto,
actuaba de tal modo que parecía incluso
espléndido. Una máxima, que repetía a menudo, era
ésta:
-No temo que nos falte la Providencia, por
grande que sea el número de muchachos gratuitos
que aceptemos o por costosas que sean las grandes
obras, en que nos embarquemos para utilidad
espiritual del prójimo; pero nos faltará la
Providencia el día en que se malgaste el dinero en
cosas superfluas o no necesarias.
Rei familiaris procurator, administrador
general de la casa, más aún, de las casas, era don
Miguel Rúa. Poseía aquel hombre una extraordinaria
capacidad de trabajo, que puso totalmente al
servicio de don Bosco para el Oratorio y la
Congregación. Tenía entonces treinta y nueve años
y había vivido los dos tercios al lado del Siervo
de Dios. Desde niño se propuso estar a su lado.
Diose después a imitarle y ayudarle. Y se abandonó
finalmente, ligadas las manos y ligada la cabeza,
como se lee de Francisco Javier con san Ignacio, a
la dirección del Beato. Y, con fidelidad y
constancia admirables, se esforzó siempre por
interpretar exactamente su voluntad, deseos,
intenciones y ejecutarlos punto por punto. Fue tan
grande en todo tiempo la conformidad de
pensamientos, criterios, métodos, intenciones y
medios que ellos tuvieron, como raras son en la
historia las parejas de almas y de corazones, que
hayan formado literalmente un solo corazón y una
sola alma.
La actitud en que don José Vespignani lo
sorprendió la primera vez que lo vio una tarde de
noviembre de 1876, fue su constante comportamiento
con don Bosco. Estaba él de pie al lado del buen
Padre sentado a la mesa, como quien espera una
palabra, una orden, o un consejo; pasóle don Bosco
la carta de presentación del recién llegado, para
que la leyera y se atuviera a ella, y después le
confió su persona. Enseguida comprendió don José
Vespignani que don Bosco ((**It12.377**))
actuaba en todo y sobre todo por medio de don
Miguel Rúa, y no tardó en comprobar que realmente
el Oratorio y toda la Congregación dependían
inmediatamente del joven, amable y reflexivo
sacerdote;
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