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Eran también aquellos los meses de febriles
preparativos para la segunda expedición de
misioneros, para lo que se necesitaban medios muy
grandes; era el tiempo en que había que
proporcionar el equipo para los hermanos
destinados a nuevas fundaciones. En el Oratorio
había, cuando la había, la ropa estrictamente
necesaria; pero a don Bosco no le gustaba parar en
menudencias; no convenía que en las casas nuevas
dieran los hermanos la impresión de miserables y
necesitados. Dicha sea la verdad, al Oratorio
llegaba bastante ropa, que enviaban personas
caritativas; pero, cuando llegaba para uno, la
necesidad obligaba a repartirla entre dos, de modo
que siempre se estaba a la cuarta pregunta. Deo
gratias, exclama por todo comentario nuestro
cronista, ante aquel estado de cosas.
Aunque acosado por todos lados, permitió que se
hiciera una construcción poco llamativa, pero sí
costosa. ((**It12.375**)) En el
primer patio del Oratorio, donde se extiende el
ala que sirve de fondo a la estatua de bronce del
Beato, se adelantaba un simple pórtico, que
posteriormente se transformó en amplio salón,
mediante un muro que cerraba los huecos entre
columna y columna; más tarde se le añadió una obra
de dos plantas hasta donde hoy termina el
tejadillo que resguarda la galería superior. Más
allá se extendía una terraza de unos cinco metros
de ancha, defendida por una barandilla, que se
apoyaba en unos pilarcitos de ladrillo, que
sostenían macetas de flores. Adosadas al muro
había unas parras, plantadas en cajones llenos de
tierra, que trepaban hasta extender sus pámpanos
alrededor de las ventanas de las habitaciones de
don Bosco. El 18 de octubre de 1876 encima de
aquella terraza se levantaron las dos plantas, de
modo que ofrecieran a don Bosco una galería donde
poder pasearse y hacer algo de ejercicio cuando
empezó para él la grave dificultad de bajar y
subir escaleras. Dicha sea la verdad, la piedad de
sus hijos arrancó el permiso a don Bosco durante
una de sus ausencias, y pintándole la obra como
cosa de poca duración y escaso gasto. Pero el
Beato quiso que se respetaran las parras, y cuando
fueron quitadas de la terraza, las mandó
trasplantar abajo en el suelo desde donde
volverían a alegrar su estancia y le permitirían
mantener su hermosa costumbre. Porque en otoño
vendimiaba él los racimos maduros, y los regalaba
a los bienhechores y a los alumnos del cuarto y
quinto curso del bachillerato 1.
En materia de economía don Bosco tenía como
norma el neque
1 F. GIRAUDI. El Oratorio de don Bosco, pág.
131-132. Torino, S.E.I. En 1876 cuando se hizo la
última vendimia en el primitivo lugar, don Bosco,
ausente, envió a don Miguel Rúa una larga nota de
bienhechores, a los que, en la hora oportuna, y
por él indicada, se llevase el librito de los
Cooperadores y algún racimo de sus parras
(Apéndice, doc. 34).
(**Es12.321**))
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