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baúles, organizados los grupos, de acuerdo con los
trayectos a recorrer>>.
Muchos rodeaban a don Bosco para oír una
palabra más de sus labios; también los padres se
agolpaban a su alrededor para saludarlo o
consultarlo. Cuando los jóvenes se iban, aparecía
siempre en el rostro de don Bosco una ligera nube
de tristeza; su corazón temblaba por la suerte de
esos hijos, que hacía diez o más meses habían sido
el objeto de tantos cuidados y solicitudes de su
parte.
La impresión que don Bosco causaba en el ánimo
de los muchachos no la percibían ellos
enteramente, mientras vivían la vida del Oratorio;
pero los años y la experiencia hacen reflexionar y
entender. Don Francisco Picollo, el vivaracho
alumno de quinto curso arriba mencionado,
encontraba alivio en sus muchos achaques
recordando aquellos tiempos y consignando en el
papel, tal como las recordaba, las cosas de
entonces. En un manuscrito que tenemos ante los
ojos, describe a don Bosco tal cual lo vio
especialmente en 1876. Para cerrar este capítulo
referiremos dos de sus impresiones, resumiéndolas
((**It12.371**)) con
sus mismas palabras. Ante todo, dice, <>.
La segunda impresión de Picollo era que <>.
(**Es12.318**))
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