((**Es12.309**)
Conde encontróle ocupado en cierta conferencia;
pero, avisado, suspendió y salió un instante. El
Beato le dijo:
-Me envía expresamente el señor alcalde,
acompañado de un ordenanza, en busca de
contestación a la súplica que he hecho varias
veces, para que se dignen visitar nuestras
escuelas estivales y me den algún subsidio.
-Mire, contestó el Conde mascullando las
palabras,... ahora estoy con una conferencia...
>>no podría... pasar en otro momento? ... o mejor,
escríbame.
-Ya he escrito varias veces y no he recibido
respuesta. No quisiera que volviese a suceder lo
mismo. Vengo en nombre del señor alcalde, para que
me dé una contestación, ya que es usted el
encargado de dármela.
-íPero ahora... de momento... aquí de
repente!...
-Bastan pocas palabras. Sólo quiero conocer el
motivo para saber regular mis relaciones con este
Ayuntamiento. Yo tengo otros ((**It12.360**))
compromisos entre manos; necesito saber si éste es
un acto de desconfianza conmigo y si hay algún
otro motivo.
-Pues ya que usted quiere saberlo, se lo diré
clara y sencillamente en pocas palabras. Mire;
usted es un sacerdote católico; la Junta
Municipal, en su mayoría, se compone de masones.
>>Comprende bastante con esto...?
-Comprendo demasiado y no quiero saber más. Ya
conocía este motivo por otro conducto, pero
necesitaba saberlo por vía oficial. Esto me
servirá de norma. Sin embargo, me asombra que un
Ayuntamiento, cuya mayoría se compone de católicos
y administra el dinero de una población católica,
no se comporte con un católico al menos como se
porta con los Valdenses y con los Hebreos. Y,
puesto que dan subsidios a éstos, no puedo
comprender cómo rehúsan darlos a un ciudadano
católico.
El Ayuntamiento no combatía abiertamente al
Oratorio y dejaba hacer; pero no concedía nunca lo
que legalmente podía negar. Si no estallaba
abiertamente la guerra, se debía a la suma
prudencia de don Bosco. No queremos investigar
ahora si otros santos se encontraron en
circunstancias parecidas; pero lo cierto es que
fue siempre admirable su paciencia, su resignación
y su dulzura, pues, a pesar de todo, siguió
favoreciendo a la ciudad y recogiendo en su casa a
los muchachos que aquellos mismos señores le
recomendaban sin darse nunca por ofendido.
El día de la Asunción ya había cuarenta nuevos
alumnos que ocupaban los sitios dejados libres por
los alumnos del quinto curso,
(**Es12.309**))
<Anterior: 12. 308><Siguiente: 12. 310>