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y corriendo hacia nosotros. Muchos de éstos se
habían salido por la puerta que está al fondo del
patio.
Pero al crecer cada vez más el griterío y los
acentos de dolor y de desesperación, yo preguntaba
a todos con ansiedad qué era lo que había sucedido
y procuraba avanzar para prestar mi auxilio donde
hubiera sido necesario. Pero los jóvenes,
agrupados a mi alrededor, me lo impedían.
Yo entonces les dije:
-Pero dejadme andar; permitidme que vaya a ver
qué es lo que produce un espanto tal.
-No, no, por favor, me decían todos; no siga
adelante; quédese, quédese aquí;hay un monstruo
que lo devorará; huya, huya con nosotros; no
intente seguir adelante.
Con todo quise ver qué era lo que pasaba y
deshaciéndome de los jóvenes, avancé un poco por
el patio de los aprendices, mientras todos los
jóvenes gritaban:
-íMire, mire!
->>Qué hay?
-íMire allá al fondo!
Dirigí la vista hacia la parte indicada y vi a
un monstruo que, al primer golpe de vista, me
pareció un león gigantesco, tan grande que no creo
exista uno igual en la tierra. Lo observé
atentamente; era repulsivo; tenía el aspecto de un
oso, pero aún más horrible y feroz que éste. La
parte de atrás no guardaba relación con los otros
miembros, era más bien pequeña; pero las
extremidades anteriores, como también el cuerpo,
los tenía grandísimos. Su cabeza era enorme y la
boca tan desproporcionada y abierta, que parecía
hecha como para devorar a la gente de un solo
bocado; de ella salían dos grandes, agudos y
larguísimos colmillos a guisa de tajantes espadas.
Yo me retiré inmediatamente donde estaban los
jóvenes, los cuales me pedían consejo
ansiosamente; pero ni yo mismo me veía libre del
espanto y me encontraba sin saber qué partido
tomar. Con todo les dije:
-Me gustaría deciros qué es lo que tenéis que
hacer; pero no lo sé. Por lo pronto concentrémonos
debajo de los pórticos.
Mientras decía esto, el oso entraba en el
segundo patio y se adelantaba hacia nosotros con
paso grave y lento, como quien está seguro de
alcanzar la presa. Retrocedimos horrorizados,
hasta llegar bajo los pórticos.
Los jóvenes se habían estrechado alrededor de
mi persona. Todos los ojos estaban fijos en mí:
-Don Bosco: >>qué es lo que hemos de hacer?, me
decían.
Y yo también miraba a los jóvenes, pero en
silencio, y sin saber qué hacer.
Finalmente exclamé:
-Volvámonos hacia el fondo del pórtico, hacia
la imagen de la Virgen, pongámonos de rodillas,
invoquémosla con más devoción que nunca, para que
Ella nos diga qué es lo que tenemos que hacer en
estos momentos para que venga en nuestro auxilio y
nos libre de este peligro. ((**It12.351**)) Si se
trata de un animal feroz, entre todos creo que
lograremos matarlo; y si es un demonio, María nos
protegerá. íNo temáis! La Madre celestial se
cuidará de nuestra salvación.
Entretanto el oso continuaba acercándose
lentamente, casi arrastrándose por el suelo en
actitud de preparar el salto para arrojarse sobre
nosotros.
Nos arrodillamos y comenzamos a rezar. Pasaron
unos minutos de verdadero espanto. La fiera había
llegado ya tan cerca que de un salto podía caer
sobre nosotros. Cuando he aquí que, no sé cómo ni
cuándo, nos vimos trasladados todos del lado allá
de la pared encontrándonos en el comedor de los
clérigos.
(**Es12.301**))
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