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(Risas generales); pero sabed, ademas, que este
sueño no lo he tenido ahora, sino hace quince
días, precisamente cuando estabais terminando
vuestros ejercicios. Hacía mucho tiempo que yo
pedía al Señor que me diese a conocer el estado de
alma de mis hijos y qué ((**It12.349**)) podía
yo hacer para su progreso en la virtud y para
desarraigar de sus corazones ciertos vicios. Estos
eran los pensamientos que me preocupaban durante
estos ejercicios. Demos gracias al Señor porque
los ejercicios, tanto por parte de los estudiantes
como de los aprendices, han resultado muy bien.
Pero no terminaron con ellos las misericordias
divinas; Dios quiso favorecerme de manera que
pudiese leer en las conciencias de los jóvenes,
como se lee en un libro; y lo que es aún mas
admirable, vi no solamente el estado actual de
cada uno, sino lo que a cada uno le sucedera en el
porvenir. Y esto fue también para mí algo
inusitado; pues no me podía convencer de que
pudiese ver de una manera semejante, tan bien y
con tanta claridad, tan al descubierto las cosas
futuras y las conciencias juveniles. Es la primera
vez que me sucedía esto. También pedí mucho a la
Santísima Virgen, que se dignase concederme la
gracia de que ninguno de vosotros tuviese el
demonio en el corazón, y abrigo la esperanza de
que también esto me haya sido concedido; pues
tengo motivos suficientes para creer que todos
vosotros habéis manifestado vuestras conciencias.
Estando, pues, ocupado en estos pensamientos y
rogando al Señor me mostrase qué es lo que puede
favorecer y perjudicar la salud de las almas de
mis queridos jóvenes, me fui a descansar, y he
aquí que comencé a soñar lo que seguidamente os
voy a contar>>.
El preambulo del sueño esta saturado del
acostumbrado sentido de humildad profunda; pero en
esta ocasión termina con una afirmación de tal
naturaleza, que excluye toda duda acerca del
caracter sobrenatural del fenómenos.
El sueño se podría titular así: La fe, nuestro
escudo y nuestra victoria.
Me pareció encontrarme con mis queridos jóvenes
en el Oratorio. Era hacia el atardecer, ese
momento en que las sombras comienzan a oscurecer
el cielo. Aún se veía, pero no con mucha claridad.
Yo, saliendo de los pórticos, me dirigí a la
portería; pero me rodeaba un número inmenso de
muchachos, como soléis hacer vosotros, como prueba
de amistad. Unos se habían acercado a saludarme,
otros para comunicarme algo. Yo dirigía una
palabra, ya a uno ya a otro. Así llegué al patio
muy lentamente, cuando he aquí que oigo unos
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lamentos prolongados y un ruido grandísimo, unido
a las voces de los muchachos y a un griterío que
procedía de la portería. Los estudiantes, al
escuchar aquel insólito tumulto, se acercaron a
ver; pero muy pronto los vi huir precipitadamente
en unión de los aprendices, también asustados,
gritando
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