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((**Es12.290**) de cruces. En esta ocasión vivía continuamente angustiado con su salud y la de algunos de sus ayudantes. Desde su regreso de Roma no había tenido un solo día sin alguna indisposición. La muerte del hijo del conde Callori le causó nuevas molestias, puesto que volvió a casa empapado de sudor, sufrió una corriente de aire y cayó totalmente postrado. La noche del 14 le acometió un cólico violento, que le obligó a abandonar la cama y tenderse sobre el sofá, pero no le dejó un instante de reposo. No pidió auxilio, porque de noche nunca quiso molestar a nadie. A la noche siguiente tuvo fiebre, y durante el día sudó copiosamente y sin parar. Por añadidura, tres de sus sacerdotes estaban enfermos. Don Julio Barberis, que seguía en la clase, como Dios sabía, pues a duras penas se tenía en pie y estaba levantado ((**It12.337**)) a fuerza de voluntad; don Pedro Guidazio, que aunque era muy fuerte e incansable con todo, agotado de cansancio, estaba tan decaído que el médico le mandó que dejara su entrañable quinto curso y se resignara a un descanso absoluto, que fue a tomar en Nizza Monferrato en casa de la condesa Corsi, la mamá del Oratorio. Y el que estaba peor que todos los demás era el pobre don César Chiala, el celoso catequista de los aprendices. Este digno hijo de don Bosco trabajó sin parar hasta que no pudo más. De repente se agravó tanto su enfermedad que le obligó a aceptar el consejo de ir a un pueblecito de la diócesis de Ivrea, cerca de Feletto, con un tío suyo párroco. Allí le esperaba una dolorosa sorpresa; no se le consintió celebrar misa. Un decreto del Obispo, monseñor Moreno, prohibía decir misa a todos los sacerdotes que, oriundos o nacidos en la diócesis, volviesen a ella después de tener su domicilio en otra parte. Como es sabido, aquel Ordinario abrigaba ciertos recelos con don Bosco y su obra. En aquel tiempo los dos hermanos sacerdotes Cuffia, después de haber amargado a nuestro Siervo de Dios con su deserción, habían dado motivo de quejas a Monseñor, que recurrió a aquella medida concebida en términos genéricos, pero mirando sin duda alguna a golpear a los sacerdotes de don Bosco. A pesar de ello, el Beato ordenó a don Miguel Rúa que enviara a don César el célebret que éste le había pedido; en aquella ocasión se le oyó expresarse en estos términos: -Si el Obispo sigue negándole el permiso de celebrar, lo siento, pero me veré obligado a escribir a Roma. No es lícito suspender a divinis a un sacerdote, sólo por pertenecer a una congregación religiosa. Si hay motivo serio contra el sacerdote, hágalo, que tiene perfecto derecho para ello; pero suspender a uno únicamente porque pertenece a tal o cual congregación no bienquista, es algo que no se puede hacer. (**Es12.290**))
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