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de cruces. En esta ocasión vivía continuamente
angustiado con su salud y la de algunos de sus
ayudantes. Desde su regreso de Roma no había
tenido un solo día sin alguna indisposición. La
muerte del hijo del conde Callori le causó nuevas
molestias, puesto que volvió a casa empapado de
sudor, sufrió una corriente de aire y cayó
totalmente postrado. La noche del 14 le acometió
un cólico violento, que le obligó a abandonar la
cama y tenderse sobre el sofá, pero no le dejó un
instante de reposo. No pidió auxilio, porque de
noche nunca quiso molestar a nadie. A la noche
siguiente tuvo fiebre, y durante el día sudó
copiosamente y sin parar. Por añadidura, tres de
sus sacerdotes estaban enfermos. Don Julio
Barberis, que seguía en la clase, como Dios sabía,
pues a duras penas se tenía en pie y estaba
levantado ((**It12.337**)) a
fuerza de voluntad; don Pedro Guidazio, que aunque
era muy fuerte e incansable con todo, agotado de
cansancio, estaba tan decaído que el médico le
mandó que dejara su entrañable quinto curso y se
resignara a un descanso absoluto, que fue a tomar
en Nizza Monferrato en casa de la condesa Corsi,
la mamá del Oratorio. Y el que estaba peor que
todos los demás era el pobre don César Chiala, el
celoso catequista de los aprendices.
Este digno hijo de don Bosco trabajó sin parar
hasta que no pudo más. De repente se agravó tanto
su enfermedad que le obligó a aceptar el consejo
de ir a un pueblecito de la diócesis de Ivrea,
cerca de Feletto, con un tío suyo párroco. Allí le
esperaba una dolorosa sorpresa; no se le consintió
celebrar misa. Un decreto del Obispo, monseñor
Moreno, prohibía decir misa a todos los sacerdotes
que, oriundos o nacidos en la diócesis, volviesen
a ella después de tener su domicilio en otra
parte. Como es sabido, aquel Ordinario abrigaba
ciertos recelos con don Bosco y su obra. En aquel
tiempo los dos hermanos sacerdotes Cuffia, después
de haber amargado a nuestro Siervo de Dios con su
deserción, habían dado motivo de quejas a
Monseñor, que recurrió a aquella medida concebida
en términos genéricos, pero mirando sin duda
alguna a golpear a los sacerdotes de don Bosco. A
pesar de ello, el Beato ordenó a don Miguel Rúa
que enviara a don César el célebret que éste le
había pedido; en aquella ocasión se le oyó
expresarse en estos términos:
-Si el Obispo sigue negándole el permiso de
celebrar, lo siento, pero me veré obligado a
escribir a Roma. No es lícito suspender a divinis
a un sacerdote, sólo por pertenecer a una
congregación religiosa. Si hay motivo serio contra
el sacerdote, hágalo, que tiene perfecto derecho
para ello; pero suspender a uno únicamente porque
pertenece a tal o cual congregación no bienquista,
es algo que no se puede hacer.
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