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toda esperanza. Lo quería como antes, no le daba a
conocer lo que pensaba de él, pero se guardaba
mucho de volver a darle consejos de esta clase.
Algún afortunado hijo pródigo encontraba
todavía el camino hacia la casa paterna, en mala
hora abandonada. Así le sucedió a un tal Coccero,
que se presentó a don Bosco el 19 de noviembre por
la tarde, después de casi ocho años que había
salido incautamente del Oratorio. Cuando acabó el
bachillerato, le había dicho el Beato:
-Tú no eres para el mundo; necesitas vivir
tranquilo y retirado.
Pero él le contestó que su deseo era ir al
seminario, especialmente para dar gusto a sus
padres.
-Puedes hacer lo que quieras, replicó don
Bosco, pero sólo alcanzarás el estado eclesiático,
si vivieres retirado en una Congregación
religiosa.
Fue al seminario y se esforzó por portarse
bien, de suerte que los Superiores estaban
contentos de él. Llegó al cuarto curso de
teología;
pero un buen día le mandó llamar el Rector y le
dijo a quemarropa que no tenía vocación para el
estado eclesiástico. El pobre seminarista tuvo que
volver con su familia, donde se hallaba fuera de
su centro. Allí vivió dos años sin gozar de paz,
hasta que, recordando las ((**It12.336**))
palabras que don Bosco le había dicho al marchar
del Oratorio, fue a hablar con él y suplicarle que
le volviera a recibir en la Congregación. El
Siervo de Dios, después de pedir y recibir los
informes necesarios sobre su conducta, lo aceptó.
-íCuántos casos como éste!, exclamaron los
sacerdotes que habían oído a don Bosco mismo la
narración de esta aventura.
->>Y esto por qué?, replicó don Bosco. Se puede
comprender razonando naturalmente. Hay muchachos
buenos, sencillos, de índole suave; el mundo es
demasiado embaucador, ellos no lo conocen y creen
que todos son tan sencillos como ellos. Así es
como después, cuando encuentran trampas por todas
partes, no resisten. Estos jóvenes están en medio
del mundo lo mismo que está su sencillez en medio
de la sagacidad del mundo. Es lo cierto que estos
pobrecitos nunca encontrarán en él su sitio. Yo
que los conozco, los prevengo claramente, y ellos,
aún después de muchos años, recuerdan mis palabras
y éstas les sirven de llamada.
También resultaron bien los ejercicios de los
aprendices; buen indicio del fruto fue el crecido
número de ellos, que pidieron ser aceptados como
novicios coadjutores. El Siervo de Dios, ansioso
de dar consistencia a esta rama de la
Congregación, tuvo con ello un gran consuelo.
Pero los consuelos de la vida de don Bosco iban
siempre acompañados
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