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((**Es12.288**) cederle la parte que le correspondía de los bienes paternos; otro dejó de ser reconocido por su padre como hijo; un tercero volvió después de haber sido sacado fuera por el padre furibundo. El caso de Santiago Gresino fue una debilidad momentánea. Después de acabar el grado de bachiller volvió a casa. Se lamentaba de haber rendido de aquella manera las armas, y anhelaba volver. No había recibido todavía la Confirmación. Como quiera que, a finales de agosto, se tenía que administrar este sacramento en el Oratorio, don Bosco encargó que le escribiera para que fuese a recibirlo. Los padres no pudieron negarle el permiso, porque, si no estaba confirmado, no podía incribirse entre los clérigos de la diócesis. Volvió; pero, después, ya no hubo manera de hacerle marchar. Nadie logró apartarlo de su determinación, de suerte que vistió la sotana con sus compañeros y es todavía un buen Salesiano. Episodios como éstos manifestaban visiblemente que el afecto de los muchachos por don Bosco y la espontaneidad con que se ponían en su seguimiento, no eran raros en el Oratorio. <<íFuimos testigos de muchos otros!>>, escribe Barberis en su crónica, y lo confirma Lemoyne en algunas de sus memorias. Para los que lean estas páginas añadiremos nosotros: íQué útil sería que los afortunados sobrevivientes de entonces nos enviaran relaciones de hechos semejantes, que ellos supieran y que tal vez les sucedieron a ellos mismos! Pero aún tenemos algo que decir en torno al tema de las vocaciones. Los paternales consejos de don Bosco no siempre encontraban en esta materia la docilidad deseada por parte de los jóvenes, aun cuando no hubiera oposiciones externas, y tuvieran que lamentar las consecuencias, más tarde o más temprano. Había habido ((**It12.335**)) tres ejemplos muy recientes. En el año 1875 don Bosco había sugerido a un alumno de cuarto curso, algo indeciso, que vistiera la sotana; pero él prefirió aguardar un año más. Hizo el quinto curso, fue a su casa después de los exámenes y ya no pensó en hacerse sacerdote. Otro, que era de los mejores, aconsejado igualmente por don Bosco para que no hiciera el quinto curso, creyó más oportuno esperar; empezó el curso, pero quam mutatus ab illo! (íqué cambiazo!). En noviembre, barruntaban los Superiores que pronto habría que expulsarlo. Un tercer joven, aconsejado que acelerase los estudios pasando a la escuela defuego por ser algo avanzado en años, aceptó; pero, aconsejado después por otros, volvió a la escuela normal y acabó mal. Cuando el Beato veía que un joven, en vez de seguir su parecer, iba en busca de otros consejeros, perdía enseguida (**Es12.288**))
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