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cederle la parte que le correspondía de los bienes
paternos; otro dejó de ser reconocido por su padre
como hijo; un tercero volvió después de haber sido
sacado fuera por el padre furibundo.
El caso de Santiago Gresino fue una debilidad
momentánea. Después de acabar el grado de
bachiller volvió a casa. Se lamentaba de haber
rendido de aquella manera las armas, y anhelaba
volver. No había recibido todavía la Confirmación.
Como quiera que, a finales de agosto, se tenía que
administrar este sacramento en el Oratorio, don
Bosco encargó que le escribiera para que fuese a
recibirlo. Los padres no pudieron negarle el
permiso, porque, si no estaba confirmado, no podía
incribirse entre los clérigos de la diócesis.
Volvió; pero, después, ya no hubo manera de
hacerle marchar. Nadie logró apartarlo de su
determinación, de suerte que vistió la sotana con
sus compañeros y es todavía un buen Salesiano.
Episodios como éstos manifestaban visiblemente
que el afecto de los muchachos por don Bosco y la
espontaneidad con que se ponían en su seguimiento,
no eran raros en el Oratorio. <<íFuimos testigos
de muchos otros!>>, escribe Barberis en su
crónica, y lo confirma Lemoyne en algunas de sus
memorias. Para los que lean estas páginas
añadiremos nosotros:
íQué útil sería que los afortunados
sobrevivientes de entonces nos enviaran relaciones
de hechos semejantes, que ellos supieran y que tal
vez les sucedieron a ellos mismos!
Pero aún tenemos algo que decir en torno al
tema de las vocaciones. Los paternales consejos de
don Bosco no siempre encontraban en esta materia
la docilidad deseada por parte de los jóvenes, aun
cuando no hubiera oposiciones externas, y tuvieran
que lamentar las consecuencias, más tarde o más
temprano. Había habido ((**It12.335**)) tres
ejemplos muy recientes. En el año 1875 don Bosco
había sugerido a un alumno de cuarto curso, algo
indeciso, que vistiera la sotana; pero él prefirió
aguardar un año más.
Hizo el quinto curso, fue a su casa después de
los exámenes y ya no pensó en hacerse sacerdote.
Otro, que era de los mejores, aconsejado
igualmente por don Bosco para que no hiciera el
quinto curso, creyó más oportuno esperar; empezó
el curso, pero quam mutatus ab illo! (íqué
cambiazo!). En noviembre, barruntaban los
Superiores que pronto habría que expulsarlo. Un
tercer joven, aconsejado que acelerase los
estudios pasando a la escuela defuego por ser algo
avanzado en años, aceptó; pero, aconsejado después
por otros, volvió a la escuela normal y acabó mal.
Cuando el Beato veía que un joven, en vez de
seguir su parecer, iba en busca de otros
consejeros, perdía enseguida
(**Es12.288**))
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