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recado a través del teólogo Angel Rho, su paisano
de Pecetto y primo a la vez, que, si dejaba a don
Bosco, él lo admitía gratuitamente en el
seminario, y además le proporcionaría ropa y
libros. El contestó que se encontraba muy bien con
don Bosco y que nunca traicionaría a quien hasta
entonces lo había atendido e instruido y a quien
quería como a un padre. Otro hermano del teólogo,
Delegado provincial de Enseñanza en Turín, también
le proporcionó un peligroso asalto. Era Picollo
clérigo desde hacía algunos años cuando le envió
un recado a través de la madre, diciéndole que, si
dejaba a don Bosco, le ((**It12.332**))
concedería una plaza de profesor en un instituto
del Estado y, al cabo de dos años, le facilitaría
la misma cátedra. El clérigo repitió la misma
respuesta que ya había dado a su hermano, el
teólogo. Sarcásticamente dijo el Delegado a la
madre:
-íBueno! Diga usted a su hijo que siga con don
Bosco, y que sin duda llegará a cardenal.
Cuando se enteró don Bosco de los dos
incidentes, aunque por un lado le dolió ver los
intentos que se hacían para arrancarle a sus
clérigos, por otro lado disfrutó ante las pruebas
de fidelidad que le daban sus hijos tan jóvenes
todavía.
Al tratar este tema de la vocación y la
búsqueda de sujetos vale la pena recordar el caso
de aquel otro muchacho de quien hicimos mención
más arriba 1: nos referimos a José Mino, alumno
del quinto curso del bachillerato. No había dado
nunca motivo de queja durante cinco años. Como era
buen cantor y muy simpático, se había encontrado
en ocasiones y peligros mayores que ningún otro,
pues le tocaba asistir a fiestas y banquetes,
donde era aplaudido por todos. A pesar de ello
siempre se había mantenido bueno y su único deseo
era llegar a ser sacerdote. Fue don Bosco mismo
quien, después de los ejercicios, dijo a algunos
sacerdotes, entre los cuales estaba don Julio
Barberis, estas palabras que él consignó en su
crónica:
-íSi Mino se quedase en el Oratorio como
clérigo e ingresara en la Congregación! íCuánto me
gustaría que se quedara! Le he atendido todo lo
que se puede atender a un muchacho, me he
preocupado por él, y puedo decir que siempre me ha
correspondido. Nunca sucedió que le dijese una
palabra o le diera un consejo, y cayera en el
vacío. No dejé pasar ninguna circunstancia sin
hacer por él, aun con gran incomodidad, lo que yo
consideraba ante el Señor que se podía hacer por
su bien. Ahora que ha terminado el quinto curso y
tiene que vestir la sotana, ícómo me gustaría que
se quedase con nosotros! Pero no
1 Véase pág. 101
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