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mismo, para que haga de mí desde hoy lo que quiera
y me tenga siempre consigo.
-Verdaderamente, le contestó don Bosco, no
podrías hacerme un regalo más agradable. Lo
acepto, no para mí, sino para ofrecerte y
consagrarte enteramente al Señor.
Este mismo muchacho, unos años antes, en razón
de un malentendido, había creído que el Prefecto
pensaba enviarlo a su casa, porque su madre viuda
tardaba en pagar la módica cuota convenida. Corrió
a don Bosco y le expuso la duda que le
atormentaba. Don Bosco miróle un instante, leyó en
sus ojos la pena interior y le contestó con
paternal bondad:
-Bueno; mira, si el Prefecto te envía a casa,
tú sal por la portería, vuelve a entrar por la
puerta de la iglesia y ven a don Bosco.
El muchacho besóle la mano y se fue tranquilo,
prometiendo hacerlo así. Pero no hubo necesidad.
Este era aquel joven, de quien escribe don
Julio Barberis en su preciosa crónica, tantas
veces citada con motivo de una breve visita de los
nuevos novicios a sus familias, ((**It12.331**)) antes
de tomar la sotana:
<>. Es de notar que decimos <>
cariñosa y familiarmente, sin el menor sentido de
maldad o desvergüenza, sino sencillamente de algo
vivo y enredón; en efecto, resulta por los
registros que nuestro <> obtuvo al final
del curso escolar el primer premio de aplicación y
sobresaliente de conducta.
A este mismo joven le dijo el Beato, en el
momento decisivo de la vocación, estas palabras:
-Mira, tienes dos caminos ante ti: el que
querrían los tuyos, esto es, una profesión en el
mundo, abogado, por ejemplo, y el que te abre don
Bosco. En el mundo puedes hacer una estupenda
carrera y ganar mucho dinero, pero con el riesgo
de no salvar el alma; con don Bosco tendrás que
trabajar y a su tiempo también tendrás mucho que
sufrir, pero ganarás muchos méritos para el
paraíso.
Don Francisco Picollo, que fue inspector en
Sicilia, comprobó durante veintitrés años la
exactitud del vaticinio, cuyo recuerdo le servía
de suave consuelo en los prolongados sufrimientos
1.
No le habían faltado en su día halagüeñas
propuestas. Monseñor Gastaldi, que había oído
hablar de él muy favorablemente, le envió
1 Don Francisco Picollo murió en Roma el 8 de
diciembre de 1930.
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