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los medios para perseverar en ella... Póngase cada
uno de vosotros en manos de su director
espiritual; procurad estar muy retirados y
examinaos bien. Algunos aspiran al estado
eclesiástico, otros a otros estados; el estado en
que os quiere el Señor fue enriquecido por El con
muchas gracias para facilitaros vuestra eterna
salvación. Todo consiste en acertar en la
elección.
No estoy aquí ahora para daros reglas
particulares de cómo portaros durante estos
ejercicios, porque ya se os darán en los sermones.
Sólo os diré que ((**It12.327**)) las
guardéis, especialmente el silencio durante los
tiempos establecidos, como sería, por ejemplo, en
el estudio, antes de la misa y después de las
oraciones de la noche.
Ahora quiero manifestaros un pensamiento mío;
es más, quiero contaros un hecho, que ha sucedido
hoy a las tres y media, poco más o menos. Un hijo
de la riquísima familia Callori, bienhechora de la
casa, era un valiente domador de caballos y se
gloriaba de ello. Domaba a los más fieros con mano
maestra. Le bastaba saber que un caballo era
indomable para comprarlo enseguida; efectivamente,
había domado todos los caballos, que había tenido
a su alcance. Habiéndose enterado de que había uno
en Saluzzo que nadie había querido comprarlo por
su fiereza, fue allí, lo compró y logró guiarlo
como quería. Un día lo enganchó a una calesa;
subió él a ella, apretó las bridas, le dio unos
latigazos y echó a correr a toda velocidad. El
hecho ocurrió en Saluzzo. Al poco rato, recibió el
caballo otro fuerte latigazo, dio un brinco, no
obedeció al freno del guía y se lanzó a campo
traviesa a toda carrera. Aquel joven, que se vio
en peligro, saltó de la calesa y cayó al suelo,
pero, con la velocidad, una pierna se le quedó
agarrada por un instante en la rueda y se le
fracturó; fue arrastrado por las piedras. Acudió
gente, le llevaron a un hostal, le aplicaron todos
los remedios posibles y le colocaron la pierna en
condiciones para poder soportar un traslado. Le
trajeron de Saluzzo a Turín.
Mas, fuese porque el hueso no fue bien
colocado, fuese porque en el viaje se abriese
alguna herida, el hecho es que hubo que amputarle
la pierna. No valió esto para salvarle. Se fue
perdiendo demasiado tiempo en consultas de médicos
y en vencer la repugnancia del joven y de la
familia; se formó la gangrena, se extendió ésta y
ya no se pudo hallar remedio contra la muerte. Hoy
precisamente, a eso de las tres y media, el alma
de este joven voló al Señor, después de recibir
los consuelos de nuestra santa Religión.
Eran tres hermanos: uno de ellos murió hace
tiempo de tuberculosis, a los veinte años de edad;
el otro, hoy con veintitrés años, y el único que
sobrevive está muy delicado. El dolor de la
familia es inmenso; la única esperanza que les
quedaba descansaba en ese hijo, por cuya pérdida
no saben cómo encontrar paz y alivio.
Lo único que pudo calmar este grandísimo
desconsuelo es el pensamiento de que este hijo
murió como buen cristiano y dejó una gran
esperanza de su eterna salvación.
Esta familia es riquísima, pero las riquezas no
sirven para consolar y esto prueba que las
riquezas no hacen feliz al hombre. Esta reflexión
me confirma una vez más en la gran verdad de que
sólo la religión puede aliviar en las
tribulaciones y dar la paz a las almas.
Pidamos al Señor que se digne volver su
bondadosa mirada a esta familia y la consuele en
tan grave pérdida.
Y vosotros, hijos míos, no olvidéis que las
riquezas no pueden aliviar y contentar el corazón
humano. Sólo la religión puede hacer ((**It12.328**)) esto.
Lo digo para que aprendáis a hacer de los bienes
de la tierra la cuenta que merecen. Sólo las
buenas obras son las verdaderas riquezas, que nos
preparan un puesto allá arriba en el cielo. Buenas
noches.
(**Es12.282**))
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