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hacía a la luz del día. Además podían los
gobernantes convencerse cada vez más de que la
única finalidad de don Bosco era trabajar por el
bien de Italia y de los italianos, hasta cuando
alzaban velas hacia playas remotas.
-Estos, insistía él, se conforman y no hacen
más indagaciones cuando ven claras y patentes
nuestras intenciones y nuestras obras.
Este es el fin de la fiesta en el colegio de Lanzo
con motivo de la inauguración del ferrocarril; y
es lo que haré aquí ahora y siempre.
Cuando se presenta la ocasión, es bueno hablar,
decir y manifestar, de modo que conozcan lo
nuestro; porque ahora con estos personajes
encumbrados se va adelante con miedo y sospecha en
todo. Basta que sepan que una Congregación actúa,
y no conozcan lo que hace, para que teman
enseguida y anden ojo avizor. No hace falta
mirarnos con anteojos de aumento: lo decimos todo
a quien quiere enterarse y, si cuadra, también a
quien no quiere. Verdad es que se necesita dar a
conocer muchas cosas, y hacer que se oigan, porque
en general agradan al público; otras, por el
contrario, no conviene divulgarlas tanto, porque
pueden herir la susceptibilidad de algunas
corporaciones religiosas, o hacer fruncir el ceño
a ciertos tipos prudentes o descontentadizos;
pero, la verdad sea dicha, nosotros verdaderamente
somos demasiado expansivos.
El lugar oportuno para tratar sobre misiones
con el Gobierno era el Ministerio de Asuntos
Exteriores. Don Bosco se valía para sus relaciones
con aquel Ministro del comendador Malvano, su
secretario general, israelita piamontés, que en
todo tiempo fue extremadamente bondadoso con él.
Así, pues, por su medio envió al ministro Melegari
esta memoria:
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Excelencia:
El pasado mes de abril tuve el honor de exponer
a V. E. la triste condición en que se encuentran
los italianos dispersos por la República Argentina
y otros países de América del Sur, por falta de
instrucción y educación moral. Sugería a la vez
algunos medios que me parecía podían remediar
aquella necesidad, y explicaba cómo, a título de
experimento, yo había enviado diez socios
salesianos, es decir, diez miembros de la
asociación de beneficencia titulada de San
Francisco de Sales, cuyo fin es atender a los
niños más pobres y abandonados de la sociedad.
V. E. mostró su aflicción ante aquella
relación, alabó el proyecto y prometió el apoyo
del gobierno, por lo que me dirigió al marqués de
Spínola, que estaba a punto de partir como
embajador a Buenos Aires. Aquel inteligente señor
apreció la gravedad de la situación, prometió
ocuparse del asunto con toda su energía, tan
pronto como asumiera el cargo, y mientras tanto me
aconsejó continuara la negociación en Italia con
V. E.
(**Es12.263**))
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