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se declararon muy satisfechos de la labor de las
Hermanas y ellas volvieron al nido satisfechísimas
de su trabajo.
Durante el año 1876 sucedieron en la casa de
Mornese fenómenos extraordinarios, que turbaron la
paz durante varios meses. Por recomendación de don
Bosco, se había admitido a una postulanta
misteriosa, Agustina Simbeni. Procedía de Roma.
Decían que era hija de un desterrado político de
Siberia. Alardeaba de conocer a distintos prelados
y aseguraba haber tomado café en la taza del mismo
Papa. Se la había recomendado a don Bosco uno de
esos personajes de elevada posición, a quienes no
se les puede rehusar nada; pero ninguno se la
había presentado. Tenía una voz suave, maneras
agradables, esbelta figura y cabellos rubios.
Aunque no muy guapa, fascinaba a los que trataban
con ella. Parecía inteligente y sana. Todas las de
casa la querían; algunas la tenían por santa.
Hasta el director, don Santiago Costamagna, la
creía dotada de carismas superiores. La madre
Mazzarello observaba y callaba. Su innato sentido
común y su fino olfato de lo espiritual hacían que
procediese con cierta reserva. Le dio mala espina
también a monseñor Bonetti, párroco de Rosignano,
al cual hacían poca gracia ciertas actitudes de la
Simbeni. Y respondió a alquien que le presentó el
favorable concepto del Director:
-El Director no puede tener todavía ((**It12.294**)) toda
la experiencia de un viejo; y, además, siempre ha
vivido en ambientes santos.
El archivo de las Hermanas posee una larga
relación de aquel tiempo, redactada por el Padre
Fassio, a la sazón maestro municipal de Mornese.
íHabía cosas sorprendentes! Agustina descubría los
secretos de las conciencias, adivinaba lo sucedido
en lugares lejanos, a veces parecía arrobada en
éxtasis y, elevada sobre el suelo, cantaba en
italiano y en francés con voz angelical. Le atacó
una enfermedad misteriosa, llegó a las últimas, y
curó instantáneamente. Se le aparecía una
chiquita, que ella llamaba su niña, y que le
revelaba secretos de toda clase. Llegó a
profetizar que aquel mismo año acaecerían grandes
trastornos en Roma, a causa de una guerra, que
debía estallar sin falta. El vaticinio llegó al
Oratorio, donde despertó una agitación
indescriptible. La visionaria dio noticia de ello
por escrito al mismo don Bosco, anunciando como
prueba de su profecía que, a los tres días, ella,
que gozaba de perfecta salud, moriría de repente.
En la misma carta invitaba a don Bosco a asistirla
en el extremo trance. Toda la comunidad estaba
alborotada.
Don Bosco no se movió; es más, respondió a don
Santiago Costamagna, que le preguntaba si debía
asistirla en su paso a la eternidad, que no
hiciese nada. Pero llegó el tercer día y Agustina
no murió. Dijo
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