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religiosa, iban por la calle y aparecían en el
locutorio con las manos escondidas entre las
mangas y se acercaban a la sagrada mesa con las
mangas hasta los dedos.
Diecisiete postulantas recibieron el hábito
después de los ejercicios de las señoras. Don
Miguel Rúa representó a don Bosco, que no podía
ausentarse de Turín. Pero no sólo asistió a
aquella breve ceremonia.
Atendió las confesiones; después recordó el
pensamiento de don Bosco sobre diversos puntos de
la vida interior y exterior y sobre la aceptación
de la obra propuesta por el Obispo de Biella; dio
su parecer acerca de la conveniencia de ciertos
traslados; se informó de la marcha moral de la
comunidad y examinó de manera particular el estado
económico de la misma. Para ello inspeccionó los
libros de contabilidad, el funcionamiento de la
cocina y del lavadero, el cultivo de la viña, la
marcha de las clases y del taller de costura;
allanó las grandes dificultades y animó a sufrir
de buen grado los efectos de la grandísima
pobreza. Aquella penuria doméstica debió
impresionarle mucho, puesto que un día, al ver que
le presentaban un flan, se abstuvo de él con
gracia;
y, es más, casi se afligía ante cualquier manjar
un poco delicado que le ofrecieran aquellas buenas
hermanas. Antes de marchar, visitó a una pobre
hermana atacada violentamente por fiebres
tifoideas, le proporcionó el ansiado consuelo de
la profesión perpetua y le administró la unción de
los enfermos. Salió con los predicadores, que
fueron el ya mencionado monseñor Scotton y el
teólogo Ascanio Savio, hermano del salesiano don
Angel, y ambos primos de Domingo.
El año 1876 salieron de la colmena de Mornese
veintinueve monjitas, entre hermanas, novicias y
postulantas, para enjambrar en seis lugares y
comenzar otras tantas nuevas familias. El santo y
seña de la Madre para todas era: observar la
Regla, conservar el espíritu y ganarse el afecto
de las muchachas, para llevarlas a Dios.
Salieron primeramente tres para Vallecrosia el
9 de febrero. ((**It12.288**))
Parecióles a ellas y a sus hermanas que iban al
fin del mundo; pero más que la lejanía se
comentaba acaloradamente en casa la idea de que
iban a colocarse frente a los protestantes.
Todavía se impresionó más la comunidad cuando el
director, don Santiago Costamagna, dispuso que,
para implorar sobre las <> gracias
especiales del Señor, se celebrara un triduo de
adoración eucarística, a manera de cuarenta horas,
cosa absolutamente nueva en el Instituto. La Madre
General y la Madre Vicaria quisieron acompañarlas
por el camino cubierto de nieve hasta Gavi: allí,
en el santuario de la Santísima Virgen, elevaron
juntas una oración y, con lágrimas, se dieron el
último adiós. Don Santiago Costamagna guió el
grupito hasta Sampierdarena
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