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Cagliero, que predicaba a los italianos en la
iglesia de la Misericordia, tronaba contra la
deshonra que por ello caía sobre el nombre de
Italia.
Su ardor apostólico le llevó a algo mucho mejor;
quiso ver con sus ojos lo que era aquella Boca, de
la que tan mal se hablaba. Se llenó los bolsillos
con medallas de María Auxiliadora, de las que se
habían provisto abundantemente en Turín; atravesó
a solas los prados, que en aquel entonces
separaban el arrabal de la ciudad. Enseguida vio
una nube de golfillos y galopines que correteaba
entre aquellas casuchas de madera y que quedaron
como viendo visiones al divisar a un
malaventurado, contra quien armar jarana. Pero
ícuál no fue su sorpresa al oírle decir frases
cariñosas en su dialecto genovés y verle salir a
su encuentro sonriente, alegre y festivo! Don Juan
Cagliero aprovechó el momento oportuno, sacó un
puñado de medallas, las lanzó lo más lejos que
pudo y, mientras ellos corrían a alcanzar lo que
creían monedas, desapareció, dio a toda prisa la
vuelta al puerto y recorrió las calles
principales, sembrando medallas. Los muchachos las
recogieron, las llevaron a sus casas y se las
enseñaron a sus madres, a las abuelas, a las
hermanas, a los hermanos. Por los patios y
casuchas no se hablaba más que ((**It12.267**)) del
cura, del cura de las medallas. Pero el cura,
después de la primera aparición, había
desaparecido.
Al día siguiente se presentó don Juan Cagliero
al Arzobispo y le dijo:
-Monseñor, ayer di un paseíto estupendo. Estuve
en la Boca y he recorrido el barrio a lo largo y a
lo ancho.
-Ha cometido una grave imprudencia. Yo no he
ido nunca y no permito que ninguno de mis
sacerdotes vaya allí, porque sería exponerse a
graves peligros, incluso a ser apedreados.
-Pues yo tengo precisamente la tentación de
volver para ver el efecto de mi primera visita.
>>No sabe, Monseñor, que he sembrado... y ahora
tengo que ir a recoger?
-íGuárdese mucho, no se exponga a ningún
peligro!
Cagliero sin alterarse, se despidió. Dos o tres
días más tarde volvía al mismo lugar y por las
mismas calles. Los muchachos corrieron tras él,
gritando en dialecto genovés:
-íEl cura de las medallas! íEl cura de las
medallas!
Se renovaron las antiguas escenas de don Bosco:
-Vamos a ver: >>quién es el mejor?... >>Y el
más malo?... >>Sabéis hacer la señal de la
Cruz?... >>Quién sabe el Avemaría?
Se esforzaban por demostrar que sabían algo.
Muchos llevaban la medalla al cuelo y querían más
para llevarlas a sus casas. Don Juan Cagliero
escuchaba, repartía medallas y soltaba donaires a
uno y a
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