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la pena traerla de nuevo aquí. Pero no debemos
pasar por alto la conveniencia de que el Papa
recibiese por conducto oficial informe ((**It12.264**)) de lo
que se había hecho, para que viese cómo se habían
llevado las cosas con toda seriedad, y para que
siguiera prestando su favor a lo mucho que quedaba
por hacer. No tomen a la letra los lectores el
regalo de don Juan Cagliero a Gazzolo y la
restitución de éste a don Bosco: es una pura
fórmula diplomática para advertir que el cónsul
argentino reembolsó los gastos del viaje, que le
había anticipado don Juan Cagliero. Cómo ejecutó
este acto, no lo sabemos.
Pero estamos mejor informados sobre el asunto
del terreno o, mejor, terrenos, ya que eran dos,
como en otro lugar decíamos. Don Juan Cagliero,
para contestar a don Bosco acerca del valor de los
mismos, pidió a una persona competente y
desinteresada que hiciera la valoración; y ésta
declaró que los dos trozos de terreno podían valer
unos dieciocho mil pesos, moneda corriente
equivalente a la lira italiana. Así, pues, don
Bosco le hizo este ofrecimiento, pero a Gazzolo le
pareció irrisorio; y pidió por su parte un mínimo
de cuarenta mil liras italianas, por una serie de
razones que no le costó ningún trabajo a don Juan
Cagliero deshacer 1. No fue posible nunca
encontrar la solución de ese pleito para llegar a
un acuerdo.
Exageraba un tanto Cagliero al escribir
entonces a don Bosco que él, siguiendo sus
recomendaciones de ocuparse de la Patagonia, había
casi olvidado a Buenos Aires; en efecto, estudiaba
los preparativos para fundar en esta ciudad una
escuela de artes y oficios, tomando como modelo la
del Oratorio. El doctor Eduardo Carranza,
presidente de las Conferencias de San Vicente de
Paúl, en una reunión de estas Conferencias,
celebrada en 1880 en presencia del Nuncio
Apostólico monseñor Matera, expuso con toda gracia
los primeros orígenes de la Obra 2. Un día del año
1876, dijo él en substancia, dos hombres caminaban
por la calle principal de Buenos Aires, meditando
sobre una gran obra en favor de la juventud pobre
y abandonada, que hormigueaba por las plazas y
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suburbios de la capital. Los dos pensaban en un
asilo u hospicio; pero ninguno de los dos poseía
los medios suficientes para ello. Uno de ellos,
sacerdote, venía de Turín, enviado por el Fundador
de una nueva Institución destinada a socorrer a la
juventud que está en peligro y traía consigo
maestros de artes y oficios y también algún
sacerdote muy bien dotado, capacitado para dirigir
un instituto; pero no tenía dinero, ni casa para
llevar a efecto su gran
1 Carta de Gazzolo a don Juan Cagliero, del 13
de febrero de 1877 y carta de don Juan Cagliero a
Gazzolo, del 20 de marzo de 1877. Apéndice, doc.
19.
2 Escribimos ateniéndonos al testimonio de don
José Vespignani, que asistió a ella.
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