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ellos podrían enviarle buenos hijos de María. Y,
como si lo hubiese hecho de intento, un criado del
párroco, libre ya del servicio militar, manifestó
a don Bosco su ardiente deseo de estudiar para
hacerse sacerdote. Don Bosco ((**It12.253**)) le
escuchó y animó, pero no quiso decidir nada en el
acto. El mismo cura parroco habló de otros dos
feligreses ya mayores y llenos de buena voluntad y
también para ellos dejó el Beato la decisión hasta
que llegase el momento de las aceptaciones. Estaba
entonces pendiente la gran cuestión, de si se
debía cerrar la sede de la escuela de fuego en el
Oratorio y trasladarla a la obra de Sampierdarena.
Después salió a colación el instituto de las
Hijas de María Auxiliadora y explicó el fin de
esta institución, describió su vida y su continuo
progreso. Una joven que ya había oído hablar de
ellas y que se sentía atraída a aquella
Congregación fue aceptada en el momento, al paso
que algunas otras, dos de las cuales eran
educandas, mostraron su deseo de ir a Mornese.
Por fin, durante la comida, un padre de familia
presentó al Beato a un hijo suyo, que había pedido
ingresar en el Oratorio. Como el parroco daba
óptimos informes de él y el maestro lo recomendaba
encarecidamente, don Bosco lo aceptó sin mas
formalidades.
Aún no había dicho nada sobre los Cooperadores,
su tema de viva actualidad por entonces. Introdujo
la conversación suave y discretamente, hizo ver
cuanto se interesaba por la obra el Padre Santo,
dio una idea del apostolado que esta institución
estaba destinada a ejercer en la Iglesia, ponderó
los favores espirituales recientemente obtenidos
para ella, y ya le fue fácil pasar a contar otros
favores, que le había concedido Pío IX en su
último viaje a Roma. Aquí se puso de manifiesto la
habilidad de don Bosco para dar a cada cosa su
justo valor. Había pedido en Roma, según su
costumbre, indulgencias especiales, entre las
cuales una indulgencia plenaria para todos los
bienhechores del Oratorio cada vez que comulgaran
o celebraran. Ahora bien, volviéndose al cura
parroco, que merecía como el que mas ser contado
entre los bienhechores, le dijo que en Roma se
había acordado de él y que para él había pedido al
Papa indulgencia plenaria cada vez que hubiese
celebrado la misa. Lo mismo hizo con don
Messidonio, añadiendo que para él y su familia
había obtenido también otra ((**It12.254**)) para
ganarla in artículo mortis. Se comprende la
agradable impresión que debió causar en ambos el
saber que don Bosco se hubiera acordado y ocupado
de ellos. Lo que había pedido colectivamente, don
Bosco lo presentaba a cada uno como favor
personal, sic totum omnibus, quod totum singulis.
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