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mejor la naturaleza de la cuestión, las
dificultades que podía encontrar y los medios para
actuar.
Esto se vio en sus largos coloquios con
Gazzolo. Don Bosco le hablaba de la necesidad de
evangelizar la Patagonia, poniéndole también por
delante el deseo del Padre Santo; pero el otro
prestaba oídos de mercader y batía y rebatía la
conveniencia absoluta de limitar todos los
esfuerzos a Buenos Aires, abriendo allí una gran
casa como la de Turín y tomando a su cargo la
iglesia de los italianos. Don Bosco no intentó
disuadirlo de aquella idea; le oía, intercalando
alguna observación y adelantando alguna duda, pero
sin contrariarlo; y después fue realizando con
tiempo y sin prisas los planes que él tenía.
Ahora tenemos que seguir a don Bosco durante un
breve viaje fuera de Turín. El 31 de mayo,
acompañado por don Julio Barberis, fue a
Villafranca de Asti para visitar al reverendo
Messidonio, ex alumno del Oratorio y gravemente
enfermo desde hacía mucho tiempo. Los encuentros
que tuvo al ir y al venir son cosas de suyo
bastante ordinarias; pero lo ordinario de don
Bosco se sale de lo ordinario corriente.
Salió a las ocho de la mañana. Había estado
confesando hasta el preciso momento de la partida,
de modo que no tuvo tiempo ni para tomar una taza
de café. Subió al tren y se encontró de manos a
boca con ((**It12.251**)) un
sacerdote, antiguo amigo suyo, don Dassano,
coadjutor en Cambiano. Entablaron enseguida una
conversación afectuosa y santa. Lo invitó a
asistir a la comedia latina, que se representaría
al día siguiente en el Oratorio, pero el buen
sacerdote se disculpó diciendo que tenía que
atender a unos enfermos. El Beato le felicitó por
el cuidado que prestaba a los enfermos, recordó
una enseñanza del doctor Luis Guala, fundador de
la Residencia Sacerdotal de Turín: <>.
Del celo por los enfermos pasó la conversación
al tema del consuelo que debe prodigarse a la
familia del difunto. A un cierto punto exclamó el
reverendo Dassano, poniéndose triste:
-También nuestra familia se extingue con
nosotros. No quedamos más que mi hermano, el
Superior de los misioneros en Chieri y yo.
íMuertos nosotros, adiós! íLos Dassano habrán
acabado! No nos queda ni un sobrino, a quien dejar
nuestra pequeña hacienda.
-Si desea un heredero, replicó el Beato
sonriendo, si está realmente preocupado por falta
de herederos, yo le proporcionaré cuantos
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