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-Y faltan además los hombres a propósito,
observó la señorita Bonnié.
-Sí, continuó don Bosco, también escasea el
personal. Pero, si se cuenta con medios
económicos, ya se pueden formar más jóvenes con
este fin y después enviarlos. Ahora mismo
tendremos que preparar una nueva expedición;
>>pero cómo lograrlo? Sentimos todavía los efectos
de la primera, que nos costó la friolera de
treinta y seis mil liras. Comprenderán ustedes muy
bien que para un pobre cura sin medios, que sólo
cuenta con la caridad pública, es una carga
aplastante. Afortunadamente, la divina
Providencia, cuando quiere una obra, ((**It12.247**)) mueve
el corazón de alguna persona y hace que se lleve a
cabo. Todos nosotros estamos en manos de la divina
Providencia.
La conversación vino entonces a parar al
reciente suicidio de cierto caballero, un tal
Monti. Tovaglia calificó de gran cobardía el no
ser capaz de soportar las calamidades de la vida.
-Donde no hay religión, interrumpió uno, es
lógico que suceda esto; no hay que extrañarse.
Y se siguió hablando de la muerte.
Pero aquella conversación en torno a la muerte
no le gustaba a la señora Tovaglia; decía que no
era un tema para hablar mucho de él, aunque
tampoco había por qué temerla; cuando llegase,
claro está que sí; pero antes, no era del caso
dejarse impresionar demasiado.
-Es verdad, repuso don Bosco. Muchísimas veces
le oí repetir al santazo de don José Cafasso,
sacerdote ejemplarísimo de Turín, este consejo:
que estuviésemos siempre preparados para morir,
como si cada día fuera el último de nuestra vida;
pero después no dejarnos asustar por la muerte, no
tener miedo. Cuando uno tiene la conciencia
limpia, porque no ha cometido pecados o ya se los
ha confesado bien y ha hecho la correspondiente
penitencia, >>qué debe temer éste de la muerte?
Solamente los que viven mal y no se acercan nunca
o muy de tarde en tarde a los sacramentos, tienen
motivo para temer a la muerte. Estos tiemblan al
pensar en ella, porque les remuerde la conciencia.
En el santo Evangelio se lee muchas veces el
pensamiento de estar bien preparados: Estote
parati, nos dice el Salvador, quia, qua hora non
putatis, Filius hominis veniet. Venit tamquam fur,
etcétera.
Al despedirse invitó el Beato con amables
maneras a los señores Tovaglia a visitar el
Oratorio, que nunca habían visto. Aquellos
señores, que no iban nunca a los sermones,
írecordarían mucho tiempo aquel encuentro!
Cuando hallaba por casa a uno nuevo, no se
conformaba con responder
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