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que cuando se vio libre ya no podía más y hasta
hablaba con dificultad; pero caminaba tranquilo y
sereno. Quien le observó de cerca en aquellos días
no pudo contener la admiración al ver cómo sabía
tomar parte en todas las conversaciones,
mantenerlas vivas y animadas y, lo que más cuenta,
encaminar a buena parte, hasta temas frívolos,
como maestro que era en el arte de encauzar a su
gusto cualquier conversación. Sus narraciones
parecían espontáneas y surgidas por las palabras
de los otros, cuando, por el contrario, eran
intencionadas expresamente para encarnar las
ideas, que él deseaba grabar profundamente en el
ánimo de los oyentes. Nadie se daba cuenta de este
su arte, que recordaba al antiguo prestidigitador,
que poseía el secreto de atraer y dominar los
espíritus para producir en ellos efectos
saludables.
Pero no discurrió sin nubes la solemne jornada.
En las funciones de la mañana había celebrado el
ya nombrado monseñor Masnini. Se había invitado al
Arzobispo y no aceptó; se le pidió permiso para
invitar a algún otro Obispo y no lo concedió. Pero
el pueblo, que nada supo ((**It12.237**)) ni
pudo sospechar, no advirtió la ausencia de un
Obispo, porque el celebrante, vistiendo el hábito
morado y haciendo uso de la palmatoria,
cándidamente fue tenido por obispo. Pero la cosa
no salió bien librada; en efecto, llegó al punto
la fulmínea prohibición de que se repitiera
aquella intervención del prelado en las vísperas.
Y al día siguiente llegó una carta dirigida al
<>, en la que se decía: <>.
Para decir todo lo que se refiere a este
litigio, debemos añadir todavía que monseñor
Santos Masnini, por deferencia a la autoridad,
(**Es12.207**))
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