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CAPITULO VII
EN LA NOVENA Y FIESTA DE MARIA
AUXILIADORA
PREDICO aquel año la novena de María Auxiliadora
el reverendo Fogliano, piadosísimo sacerdote de
Biella, que gustaba mucho a don Bosco. Picados por
la curiosidad de saber cuáles eran las dotes, que
tanto encomiaba el Beato en el predicador,
trabamos conversaciones sobre él con el llorado
padre Caracciolo, superior de los Filipenses en
Turín. En cuanto oyó su nombre, aunque sin saber
la intención del que lo había pronunciado,
exclamó:
-íAh, don Fogliano! íLo recuerdo, lo recuerdo!
Le oí predicar cuando yo era un muchacho y le oí
con mucho gusto, porque exponía claramente la
doctrina, presentaba ejemplos bonitos, los contaba
con arte, y hablaba despacio como don Bosco.
Era precisamente ése el método de predicación
que don Bosco quería.
Un día se comentaban aquellos sermones. Y don
Bosco manifestó su satisfacción porque, como él
dijo, siempre había en ellos la narración de
alguna gracia obtenida por intercesión de María
Auxiliadora. Y añadió que un día, estando en Roma,
entró casualmente en una iglesia en la que se
estaba acabando el sermón y oyó al predicador que
nombraba a don Bosco y narraba uno de los hechos
publicados en su libro María Auxiliadora, con la
narración de algunas gracias.
-Aquí en Turín, observó don Julio Barberis, se
habla poco de estos hechos, que se pueden
considerar como cosa nuestra; y, sin embargo, me
parece sería conveniente que ((**It12.229**)) se
divulgasen más, cuando se habla y se predica.
Tenemos un tesoro y no lo ponemos a la vista del
público.
íNi soñar con sacarlo a la vista!
Aquel opúsculo levantaría la tempestad descrita
en el capítulo XIX del undécimo volumen. Puesto
que el hecho narrado por el predicador romano
pertenece a la biografía de don Bosco, es oportuno
exponerlo ahora que se presenta la ocasión.
Fue a ver a don Bosco un médico famoso en su
arte, pero descreído, y le dijo:
(**Es12.200**))
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