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a París, dijo que en esta ciudad tuvo que resolver
casos de tanta importancia que uno sólo de ellos
hubiera justificado su viaje de Turín a la capital
francesa.
En sus cartas y en sus pláticas sólo
manifestaba lo que podía producir buenas y
saludables impresiones. Su conferencia del 4 de
junio, ya sea por lo que contó, ya sea por su
manera familiar de hacerlo, como el padre que
cuenta a sus hijos las glorias domésticas, causó
un efecto mágico en el ánimo de todos los que la
oyeron, y los enardeció de entusiasmo.
En cuanto se esparció la noticia de su regreso,
fueron muchas las personas de consideración que
acudieron a ver a don Bosco. No siempre eran
visitas de pura cortesía; puede calcularse, al
menos por algunas de ellas, que se desarrollaron
en presencia de hermanos. El día 18 se presentó
monseñor Durio, canónigo de Novara; era un hombre
de letras, con fama de algo liberal. Llegó hacia
el final de la comida y, como de costumbre con los
que llegaban a aquella hora, fue recibido en el
comedor; se entretuvo ((**It12.226**))
bastante tiempo con el Beato, paseando bajo los
pórticos. Un poco más tarde llegó el obispo de
Susa, el cual estuvo hablando con el Siervo de
Dios, algo más de tres horas. Debían ser asuntos
graves, porque don Bosco solía ser expedito en el
despacho de las cuestiones, lo mismo a la hora de
tomar deliberaciones, que a la de dar consejos.
Por causa de esto y pese a la promesa de alguna
visita y la necesidad de resolver algún negocio,
tuvo que renunciar a ello por aquella tarde.
También el 19 se presentó, acabada la comida,
el doctor Bacchialoni, profesor en la Real
Universidad, que era muy amigo del Beato. Durante
la ausencia de don Bosco había fallecido la
benemérita señora Eurosia Monti, dejando buena
parte de sus haberes al Oratorio y nombrando
albacea a Bacchialoni. >>Quién no esperaría que
don Bosco se apresurase a darle audiencia? En
cambio, después de tomar café, comenzó a hablar
con él y con todos los presentes de Patagonia y de
la satisfacción del Papa por aquellas misiones,
dedicándose a hablar de geografía, de posición
astronómica, de condiciones físicas, de historia
del descubrimiento, de intentos misioneros, de los
habitantes y de sus usos y costumbres, de sus
planes, alargándose casi una hora y con todo lujo
de detalles, como si no hubiese hecho nunca otra
cosa más que dedicarse a estudios patagónicos.
Puede muy bien darse que aquel señor supusiese a
don Bosco ansioso por conocer el testamento, sobre
todo por las sorpresas en él introducidas a última
hora y que ya habían sido notificadas a don Bosco;
pero, ante esta hipótesis, tuvo el profesor amplia
oportunidad para darse cuenta, si todavía no se
había percatado
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