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((**Es12.197**) la castidad; que todos nos esforcemos para poseer perfectamente esta virtud y para inculcarla y plantarla en el corazón de los otros. Para mí creo que se puede aplicar a esta virtud lo que se lee en la Biblia: Venerunt mihi omnia bona pariter cum illa. Con ella se tendrán todas las demás virtudes; ella atrae a todas. Donde ésta no está, desaparecen las demás; es como si no existieran. Ella debe ser como el quicio de todas nuestras acciones. Debemos tenerlo profundamente grabado en la memoria: trabajemos de todas las maneras por ser de buen ejemplo a nuestros muchachos; no suceda jamás en nuestra vida que un joven sea víctima del escándalo por parte de uno de la Congregación. No suceda nunca que un salesiano pierda la virtud de la modestia y sirva de obstáculo a los demás con las palabras, los escritos, los libros, la acciones. En los tiempos en que vivimos necesitamos una modestia a prueba de bomba y una castidad intachable. Si amáis esta virtud tan delicada, tan primorosa, eritis sicul angeli Dei, seréis como ángeles. Los ángeles aman a Dios, le adoran, le sirven. Amando esta virtud, vendrá a vosotros el santo temor de Dios, la paz del corazón; no habrá ya amarguras, ni remordimientos de conciencia, sino un gran entusiasmo por todo lo que mira al servicio del Señor, y estaréis dispuestos a sufrir cualquier cosa por El. Si poseemos esta virtud, estaremos seguros de que vamos por el recto camino, de que cada una de nuestras acciones, hasta la más pequeña, será grata a Dios, sacaremos méritos inmensos de todo y estaremos seguros de llegar al premio inmortal de la patria celestial, al pleno gozo de Dios. Esforcémonos, pues, por alejar de nosotros hasta los pensamientos que puedan empañar esta virtud: toda mirada, toda caricia con nosotros, con los demás; puesto que, lo repito, todos los otros bienes nos vendrán subordinados a esta virtud. Y lo que más ayudará para poder guardarla celosamente es la obediencia en todo. Estas dos virtudes se complementan la una con la otra; quien guarda la exacta obediencia, éste tiene la seguridad de guardar también el tesoro inestimable de la pureza. ((**It12.225**)) Pidamos fervorosamente al Señor que nos la dé y nos la concederá, ya no necesitaremos nada más. Practicándola nos vendrá del cielo todo bien, todo consuelo. Esta será el triunfo de la Congregación y la manera de agradecer a Dios tantos favores como nos ha concedido. Demos una ojeada final al diario de don Joaquín Berto. Vemos en él que don Bosco tuvo durante su estancia en Roma tres audiencias pontificias; visitó a diez Cardenales, a diecinueve Prelados menores, a trece personas o comunidades religiosas, a doce seglares de diversa categoría; fue dos veces a ver un local que pensaba comprar, pero que no adquirió, y sólo a dos iglesias, la pequeña de San Benito y la recientemente restaurada de San Andrés <>; aceptó siete invitaciones para comer. Qué negocios trató en sus visitas a Cardenales y Prelados, que duraron hasta dos y tres horas, no nos es posible saberlo a través del esquemático diario. El Siervo de Dios guardaba habitualmente absoluta reserva sobre sus relaciones. Dijo en cierta ocasión que nunca se sabrá todo lo que él hizo en Roma; en otra, después de su último viaje (**Es12.197**))
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