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la castidad; que todos nos esforcemos para poseer
perfectamente esta virtud y para inculcarla y
plantarla en el corazón de los otros. Para mí creo
que se puede aplicar a esta virtud lo que se lee
en la Biblia: Venerunt mihi omnia bona pariter cum
illa. Con ella se tendrán todas las demás
virtudes; ella atrae a todas. Donde ésta no está,
desaparecen las demás; es como si no existieran.
Ella debe ser como el quicio de todas nuestras
acciones.
Debemos tenerlo profundamente grabado en la
memoria: trabajemos de todas las maneras por ser
de buen ejemplo a nuestros muchachos; no suceda
jamás en nuestra vida que un joven sea víctima del
escándalo por parte de uno de la Congregación. No
suceda nunca que un salesiano pierda la virtud de
la modestia y sirva de obstáculo a los demás con
las palabras, los escritos, los libros, la
acciones. En los tiempos en que vivimos
necesitamos una modestia a prueba de bomba y una
castidad intachable.
Si amáis esta virtud tan delicada, tan primorosa,
eritis sicul angeli Dei, seréis como ángeles. Los
ángeles aman a Dios, le adoran, le sirven. Amando
esta virtud, vendrá a vosotros el santo temor de
Dios, la paz del corazón; no habrá ya amarguras,
ni remordimientos de conciencia, sino un gran
entusiasmo por todo lo que mira al servicio del
Señor, y estaréis dispuestos a sufrir cualquier
cosa por El. Si poseemos esta virtud, estaremos
seguros de que vamos por el recto camino, de que
cada una de nuestras acciones, hasta la más
pequeña, será grata a Dios, sacaremos méritos
inmensos de todo y estaremos seguros de llegar al
premio inmortal de la patria celestial, al pleno
gozo de Dios.
Esforcémonos, pues, por alejar de nosotros
hasta los pensamientos que puedan empañar esta
virtud: toda mirada, toda caricia con nosotros,
con los demás; puesto que, lo repito, todos los
otros bienes nos vendrán subordinados a esta
virtud. Y lo que más ayudará para poder guardarla
celosamente es la obediencia en todo. Estas dos
virtudes se complementan la una con la otra; quien
guarda la exacta obediencia, éste tiene la
seguridad de guardar también el tesoro inestimable
de la pureza.
((**It12.225**))
Pidamos fervorosamente al Señor que nos la dé y
nos la concederá, ya no necesitaremos nada más.
Practicándola nos vendrá del cielo todo bien, todo
consuelo. Esta será el triunfo de la Congregación
y la manera de agradecer a Dios tantos favores
como nos ha concedido.
Demos una ojeada final al diario de don Joaquín
Berto. Vemos en él que don Bosco tuvo durante su
estancia en Roma tres audiencias pontificias;
visitó a diez Cardenales, a diecinueve Prelados
menores, a trece personas o comunidades
religiosas, a doce seglares de diversa categoría;
fue dos veces a ver un local que pensaba comprar,
pero que no adquirió, y sólo a dos iglesias, la
pequeña de San Benito y la recientemente
restaurada de San Andrés <>; aceptó
siete invitaciones para comer.
Qué negocios trató en sus visitas a Cardenales
y Prelados, que duraron hasta dos y tres horas, no
nos es posible saberlo a través del esquemático
diario. El Siervo de Dios guardaba habitualmente
absoluta reserva sobre sus relaciones. Dijo en
cierta ocasión que nunca se sabrá todo lo que él
hizo en Roma; en otra, después de su último viaje
(**Es12.197**))
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