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día las bendiciones del cielo sobre usted y todos
sus allegados, profesándome con respeto,
De V.S.B.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
Dio una conferencia el 4 de junio, solemnidad
de Pentecostés, y la dio después de las oraciones
de la noche, en la iglesia de San Francisco.
Asistieron a ella profesos, novicios y aspirantes.
Eran las diez cuando empezó; resultaba una hora
incómoda para estas reuniones.
El quería cambiarla, y ya había dicho que sería
mejor pasarla a las seis y media de la tarde,
tiempo en el que, por estar los muchachos en el
estudio, bastaba un solo clérigo o sacerdote para
asistirlos. Pero en aquella ocasión, como había
que repetir el Phasmatonices en la sala de estudio
transformada en teatro, los jóvenes estudiaban en
las aulas, de suerte que se requerían siete
asistentes por lo menos. Por eso fue necesario,
una vez más, dar la conferencia general a aquella
hora de la noche.
Se reunieron ciento setenta. El Beato estaba
cansadísimo, hablaba con dificultad y tan bajito
que se temía le pudiera faltar la voz de un
momento a otro. Su cabeza parecía aún más cansada
que su cuerpo.
Habló en estos términos:
Es bueno, mis queridos hijos, que nos reunamos
de vez en cuando, para darme a mí la satisfacción
de manifestaros ((**It12.220**)) mis
pensamientos y mis deseos, y para que también
vosotros podáis tener el gusto de oír la voz de un
amigo cariñoso, de vuestro querido padre, que
tanto os ama. Hubiera querido reuniros más veces,
especialmente antes de ir a Roma o inmediatamente
después de volver de allá; y sería bueno que nos
reuniéramos con frecuencia, pero unas veces falta
el tiempo y otras, digámoslo también, falta la
salud... Y, por eso, sólo hacemos lo que podemos.
Esta noche necesito comunicaros la verdadera
finalidad de mi viaje a Roma y los resultados que
se han obtenido. Os diré, ante todo, que en Roma
somos francamente bienquistos y que hemos sido
recibidos óptimamente. Yo fui allí para obtener
que la Santa Sede concediese a nuestra
Congregación los privilegios necesarios para poder
trabajar libremente y con provecho por las almas;
y se ha obtenido mucho más de lo que se podía
esperar. Todo lo que pedí fue concedido.
Sinceramente os digo, que yo mismo estoy asombrado
al ver cómo nos colma el Señor de bendiciones, y
casi diría nos abruma con sus gracias.
Para no decir ahora todo, he aquí algunas de
las cosas principales obtenidas:
1.° Facultad para todos los directores de
nuestras casas, no sólo para tener y leer libros
prohibidos, sino también para conceder esta misma
facultad a cualquiera de sus súbditos. Por lo
tanto, si un socio de la Congregación necesitase
consultar un libro prohibido, podrá hacerlo sin
incurrir en ninguna pena espiritual.
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