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Tres días después de haberse librado el
Oratorio de este peligro, el sábado 13 de mayo,
despidióse don Bosco de los señores Sigidmondi, de
quienes había recibido las mas delicadas
atenciones, y emprendió el viaje de regreso al
Oratorio. Pero no fue todo seguido, sino que hizo
dos paradas: la primera en Migliarino, junto a
Pisa, como huésped del duque Salviati, desde el 13
por la tarde hasta el 15 al mediodía. En Génova lo
esperaban don Pablo Albera, el abogado Scala,
director del Cittadino, y el señor Varetto, que se
llevó a todos a comer en su casa. Al atardecer fue
a Sampierdarena, donde pasó el día siguiente. Allí
le dedicaron una fiestecita: se declamaron poesías
y recitaron un dialoguito, en el cual los
interlocutores presentaron las cruces de caballero
a los señores Conte y Borgo, invitados
expresamente y sin saber la sorpresa que los
esperaba. El 17 salió para Turín.
Don Celestino Durando se le había adelantado
cuatro días. Los muchachos, que esperaban
ansiosamente a don Bosco y vieron a don Celestino
cuando ellos salían de la iglesia e iban al
comedor, se imaginaron que también había llegado
don Bosco y lanzaron un grito de alegría. Se
corrió la voz como un reguero de pólvora; se
rompieron las filas y en tumultuoso tropel se
lanzaron a la portería. Los que ya habían bajado
al comedor, entonces subterráneo, subieron
precipitadamente y volaron detrás de los
compañeros. Cuanto más ardiente era el ansia,
tanto mas amarga fue la desilusión. Pero, a la una
de la tarde del 17, llegó verdaderamente don
Bosco; después de un mes y doce días de ausencia
volvía a entrar en su reino. Al asomarse por la
portería empezaron los músicos a tocar sus
instrumentos. Todos los muchachos, alineados a uno
y otro lado, ((**It12.215**)) tenían
la consigna de formar hilera a su paso. >>Pero
quién podía contenerlos? Ya no cabían en su
pellejo y se lanzaron en masa sobre él, rodeado
por la gran turba que quería verle y besar su
mano. El tenía para cada uno una sonrisa y una
palabrita. Tardó mas de media hora en atravesar el
patio. Entre tanto los músicos se habían
trasladado a los pórticos. Don Bosco se metió en
el cuadro que habían formado, los saludó
afectuosamente y fue a comer. Allí le acosaron los
salesianos a preguntas: el Papa, Roma, las
misiones, los privilegios, las indulgencias... y
él, con la calma y serenidad de siempre, habló
durante más de una hora. Cuando se retiró, se
sentía muy cansado y tenía fuerte dolor de cabeza;
sin embargo, se sentó a su escritorio para
despachar la correspondencia atrasada.
Así estuvo hasta las cinco y media; después,
como no podía más, salió a pasear por la
biblioteca conversando con don Julio Barberis.
Habló de Patagonia. Con estupor advirtió don Julio
Barberis que conocía aquellas regiones tan
perfectamente como si hubiese hecho
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