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El primer día del mes de María Auxiliadora casi
todos los muchachos comulgaron; después fue
creciendo el fervor en la casa. El buen ambiente,
que solía dominar en el Oratorio, en estas
circunstancias arrastraba también a los que de
ordinario se mantenían al margen. Nunca faltaban
los refractarios, pero eran poquísimos; los
Superiores los conocían, se los ayudaba y empujaba
al bien o se los eliminaba.
Al comenzar el mes de María entraba en vigor el
horario de verano: había que levantarse media hora
antes, a las cinco; a la una y media, limpieza en
el dormitorio; a las dos, estudio libre y clase de
canto; a las siete y media, sermón. Ya no había
clase nocturna de repaso. Por la mañana, después
de misa, se iba a paseo hasta la hora del
desayuno.
Reinaba, además, gran animación para los
preparativos de la gran fiesta. Los cantores
tenían más clases de música. Cuando se marchó don
Juan Cagliero se temió que muriera la música o,
cuando menos, decayese; pero lo suplió dignamente
Dogliani. También la banda se había recuperado con
unos treinta músicos. Había sido disuelta el año
anterior por don Bosco, porque los que entraban a
formar parte de ella ((**It12.209**))
quebrantaban la disciplina, y se reorganizó con
nuevas bases. Los nuevos músicos lo hacían
bastante bien. Notaremos de paso que la disolución
se hizo a la chita callando y sin armar escándalo,
mediante la gradual eliminación de los muchachos.
Se estrenó, entonces también, un conjunto de doce
violinistas, formado por los aprendices mayores y
de mejor conducta. Cantos y música ocupaban de
este modo buena parte de los recreos e introducían
en aquella estación una agradable variedad. No
había el menor asomo de que cubriese el Oratorio
esa capa de plomo, que Fáber llama <>.
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