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del auditorio, que estaba impaciente por
contemplar personalmente al nuevo árcade. Apenas
apareció en la puerta, los ojos de todos se
volvieron a él y le acompañaron con la mirada
hasta el palco; cesó todo murmullo y empezó el
acto. Fue escuchado con mucha atención. Agradó su
forma de razonar, sencilla y fácil, sobre las
cosas más difíciles. Durante la lectura oí en
medio de la muchedumbre más de un ''bravo, bien'';
vi cómo, especialmente los sacerdotes, le enviaban
más de un beso con la mano. Fue aplaudido
repetidas veces. Al fin de la sesión, que fue a
las once y cuarto, muchos distinguidos personajes
acudieron a estrecharle la mano... Es de notar
que, en medio de aquella multitud de amigos de
nuestro queridísimo Papá, entre tantos admiradores
del nombre y de las obras de don Bosco, no
faltaban algunos Fariseos, que, como en los
tiempos del Salvador, intentaban ((**It12.173**))
aprovechar la ocasión, ut accusarent eum... (para
acusarle); hombres que habían ido a escuchar a don
Bosco a fin de poder sorprenderle en algo para
denunciarlo al Santo Oficio... Pero el orador,
prevenido contra este lazo, podemos decir que
apoyó todo su pensamiento, todas sus palabras en
la autoridad de los Santos Padres, del Evangelio y
de la Iglesia. De suerte que, aquellos dos
malintencionados hubieron de manifestar a alguno:
>>-Don Bosco es más astuto que nosotros.
>>La conclusión del discurso produjo en todos
saludable impresión;
monseñor Sanminiatelli, Limosnero de Su Santidad,
le dijo, una vez terminado el acto:
>>-íNos ha servido de mucho a todos!>> Sabemos,
además, que el padre Saccheri, dominico,
secretario del Indice, dijo, unos días después,
que le había gustado mucho el discurso; que todos
habían podido aprender algo de él y que merecía se
publicara. Sabemos también que algunos
sentenciaron:
-No ha dicho nada, no había concepto. No era
para nosotros sino para los curas.
No faltó quien reprochó que su lectura durara
la friolera de tres largos cuartos de hora. No
había aquí nada que callar.
Al volver a casa, a eso de la media noche,
encontraron la tarjeta para la audiencia del Padre
Santo. Se había aconsejado el retraso de la
entrega para no molestar a don Bosco durante la
preparación de su lectura. Se le fijaba la
audiencia para el día siguiente a las siete de la
tarde. El ya tenía bien preparada su acostumbrada
lista de cosas a exponer o pedir. Eran esta vez
siete entre todas, que no vale la pena referir,
pues están expresadas en fórmulas poco o nada
inteligibles.
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