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((**Es12.153**) del auditorio, que estaba impaciente por contemplar personalmente al nuevo árcade. Apenas apareció en la puerta, los ojos de todos se volvieron a él y le acompañaron con la mirada hasta el palco; cesó todo murmullo y empezó el acto. Fue escuchado con mucha atención. Agradó su forma de razonar, sencilla y fácil, sobre las cosas más difíciles. Durante la lectura oí en medio de la muchedumbre más de un ''bravo, bien''; vi cómo, especialmente los sacerdotes, le enviaban más de un beso con la mano. Fue aplaudido repetidas veces. Al fin de la sesión, que fue a las once y cuarto, muchos distinguidos personajes acudieron a estrecharle la mano... Es de notar que, en medio de aquella multitud de amigos de nuestro queridísimo Papá, entre tantos admiradores del nombre y de las obras de don Bosco, no faltaban algunos Fariseos, que, como en los tiempos del Salvador, intentaban ((**It12.173**)) aprovechar la ocasión, ut accusarent eum... (para acusarle); hombres que habían ido a escuchar a don Bosco a fin de poder sorprenderle en algo para denunciarlo al Santo Oficio... Pero el orador, prevenido contra este lazo, podemos decir que apoyó todo su pensamiento, todas sus palabras en la autoridad de los Santos Padres, del Evangelio y de la Iglesia. De suerte que, aquellos dos malintencionados hubieron de manifestar a alguno: >>-Don Bosco es más astuto que nosotros. >>La conclusión del discurso produjo en todos saludable impresión; monseñor Sanminiatelli, Limosnero de Su Santidad, le dijo, una vez terminado el acto: >>-íNos ha servido de mucho a todos!>> Sabemos, además, que el padre Saccheri, dominico, secretario del Indice, dijo, unos días después, que le había gustado mucho el discurso; que todos habían podido aprender algo de él y que merecía se publicara. Sabemos también que algunos sentenciaron: -No ha dicho nada, no había concepto. No era para nosotros sino para los curas. No faltó quien reprochó que su lectura durara la friolera de tres largos cuartos de hora. No había aquí nada que callar. Al volver a casa, a eso de la media noche, encontraron la tarjeta para la audiencia del Padre Santo. Se había aconsejado el retraso de la entrega para no molestar a don Bosco durante la preparación de su lectura. Se le fijaba la audiencia para el día siguiente a las siete de la tarde. El ya tenía bien preparada su acostumbrada lista de cosas a exponer o pedir. Eran esta vez siete entre todas, que no vale la pena referir, pues están expresadas en fórmulas poco o nada inteligibles. (**Es12.153**))
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