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protestantes; y los otros se veían obligados a
quedarse en sus casas sin poder aprender nada,
porque no había escuelas católicas. Y después, el
domingo acudían al templo protestante. Pero ahora
que se abrió nuestra iglesita, ya hace dos
domingos que el pastor protestante se afana
hablando a las cuatro personas que allí acuden y
echa pestes contra don Bosco y sus curas, que
dejan desiertos sus institutos. Y no hay duda que,
de seguir así las cosas, como yo espero, los
protestantes no tendrán más remedio que declararse
en quiebra y marcharse. >>Veis lo que significa
tener dos o tres operarios evangélicos?
Y pensar que, sin aquellas escuelitas nuestras,
sin aquella iglesita, muchas familias se habrían
pasado poco a poco al protestantismo y los
protestantes habrían podido instalar en aquel
pueblo un centro permanente, de donde a saber
cuándo se les hubiera podido desalojar y después
de cuántos esfuerzos y trabajos. Ahora se trata de
enviar allá a algún otro en su auxilio, porque
Cerruti se queja de que él solo no puede dar clase
a todos; hay que dividir la escuela y, al aumentar
el trabajo, hay que aumentar también el número de
individuos en aquella casa. Ahora voy a ver a
quién se puede enviar.
Os digo esto, queridos hijos míos, para que os
animéis, porque yo quisiera veros a todos vosotros
convertidos en sacerdotes, dispuestos a trabajar
en la viña del Señor; pero sacerdotes celosos, de
ésos que no piensan más que en salvar almas, de
ésos que quieren prepararse una hermosa ((**It12.132**)) corona
de gloria en el paraíso. Os diré también que, al
volver de mi viaje, vi una cosa que me parece muy
importante para contaros, y fue que el mar estaba
muy agitado. Y lo estuvo cinco días.
Yo no había visto nunca cosa semejante. Mirando
desde la playa mar adentro, veíanse olas muy
altas, casi como nuestra casa, que se desplomaban
formando entre una y otra como un valle muy hondo.
Además, una ola acosaba a la otra rápidamente y
sucedía que al chocar una contra otra producían un
estruendo semejante al estallido de dos o tres
cañones que disparan a la par. El choque producía
una espuma blanca que subía muy alta hacia el
cielo. Yo creo que, si entre aquellas olas, que se
lanzaban una contra otra, se hubiese encontrado un
barco, habría sido lanzado tan alto que los
marineros habrían tenido tiempo para morir por los
aires (risas). Pero no se veía ningún barco en el
mar.
A las rocas llegaban continuamente olas
gigantescas que se estrellaban con estruendo
atronador y no se veía por toda la superficie del
mar hasta muy lejos más que miles de crestas de
olas y estelas de espuma blanquísima. Yo me
encontraba casi a trescientos metros del mar y a
menudo tuve que apartarme para no quedar mojado.
Mientras observaba este espectáculo admiraba la
omnipotencia de Dios, que, cuando quiere, con una
sola palabra hace que el mar quede tan sosegado y
tranquilo que hasta se puede correr sobre el
mismo. Pero esta misma palabra pone todo en
movimiento y en tumulto en una extensión tan
grande, que horroriza verlo. Si hubiesen ido por
allí los senadores y diputados a mandar al mar que
se estuviese quieto, habríase visto hasta dónde
llegaba su poder.
Pero, mirando el mar, vino enseguida a mis
mentes el pensamiento de que aquella agitación de
olas es semejante al estado de conciencia de un
joven que tiene el pecado en el alma. No tiene
nunca paz ni tranquilidad. Dadme un joven bueno:
está tranquilo y contento, porque su conciencia no
le remuerde de nada. Contemplad otro con un pecado
grave en la conciencia: no está quieto ni
tranquilo; está agitado como el mar. Ya sube
soberbio hacia las nubes como la ola que se
levanta, ya se envilece como la ola que choca
contra otra y despide espuma con tal violencia,
que dice quien se acerca a él:
(**Es12.120**))
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