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((**Es11.97**) Ordinario había prometido admitir a los clérigos salesianos; pero en la práctica no quiso darse por enterado. La justificación de su proceder no pudo ser distinta para él de la aducida en su réplica del 24 de mayo a la Sagrada Congregación, sobre el asunto de las preguntas 1 que él no había recibido nunca noticia de que la Congregación Salesiana hubiera sido definitivamente aprobada por la Santa Sede, ni que el Rector Mayor tuviera la facultad de dar las dimisorias por un decenio. Ante tan categóricas afirmaciones, nos inclinamos a suponer en el Ordinario un doble olvido; porque el decreto auténtico se lo presentó personalmente don Bosco y, también, se lo comunicó directamente la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares. En la misma comunicación se pasaba, además, a las consabidas lamentaciones de que la Congregación Salesiana recibía a seglares y eclesiásticos que buscaban la manera de sustraerse a la autoridad del Arzobispo. Esta era una suposición gratuita; ((**It11.106**)) dejar en medio de la calle a nadie no se concebía con la caridad de don Bosco; ni tampoco podía negarse a quien hubiera demostrado buenas disposiciones, el permiso de ligarse, si no con los votos perpetuos, al menos con los trienales, según las Constituciones aprobadas por la Santa Sede. Pero, >>cómo poderse entender? Aquel año se celebró con alguna solemnidad el séptimo aniversario de la consagración de la iglesia de María Auxiliadora. Don Bosco invitó a Monseñor para que asistiera y al mismo tiempo administrara la confirmación a los internos del Oratorio, sacramento que no confería desde hacía ya tres años; instóle a ello con más insistencia que nunca, por cuanto había entre los alumnos algunos jovencitos que, ingresados hacía poco tiempo en el seno de la Iglesia Católica, debían dejar el Oratorio para volver a Inglaterra, con peligro de no poderse ya confirmar. La respuesta fue negativa en toda la línea, hasta para la autorización de invitar a otro Obispo a hacer sus veces. Resulta fácil imaginar que la triple negativa no pudo pasar desapercibida dentro del Oratorio ni tampoco fuera. Una vez charlaba don Bosco con don Juan Bautista Lemoyne en Trofarello y le dijo que jamás hubiera creído posible una ruptura entre él y monseñor Gastaldi, ni aunque una persona prudentísima se lo hubiera jurado; tan estrechos lazos de amistad les unían. A más de estos motivos personales, él tenía como propio el honor del Arzobispo. Conocedor como era de su natural impetuoso, intentó en varias ocasiones frenarlo, avisándole y rogándole. 1 Apéndice, documento n.° 9.(**Es11.97**))
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