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Leví estaba en el telonio: el Señor lo llamó,
dejó él los dineros y todo, y siguió al Señor. Ese
es san Mateo.
Se necesita, pues, corresponder prontamente,
sin titubear, aun en las cosas difíciles.
Pero dirá alguno:
->>Y mis padres y hermanos?
íQué padres ni qué hermanos! En asunto de
vocación las más de las veces no tenemos peores
enemigos que ellos, inimici hominis domestici eius
(enemigos del hombre, los de su casa).
Es digno de notarse que los apóstoles tenían
padre y madre; algunos tenían también hijos; en
general todos eran menesterosos. Casi sustentaban
ellos solos a toda la familia. Y, sin embargo, no
se lee que hayan ido a despedirse. íNi mucho menos
a pedirles permiso! Y desde que se pusieron a
seguir al Salvador, no volvieron más a visitarlos.
No quisiera ahora que alguien me dijera:
-Yo sólo quisiera saber seguro, si el Señor me
quiere así, y después ya diría y haría yo.
Estos quisieran que viniese el Señor en persona
a invitarlos. Eso no es necesario.
Mirad: hay vocaciones ordinarias y vocaciones
extraordinarias. Fueron extraordinarias las de los
Apóstoles, la de san Pablo que, ((**It11.576**)) en un
instante, se convirtió de perseguidor, en ardoroso
apóstol. >>Le recordáis en el camino de Jerusalén
a Damasco?... También fue extraordinaria la
vocación de san Agustín. Llevó una vida disipada y
libertina hasta los treinta años; pero a aquella
edad, estando en Milán en un jardín, oyó una voz
que le dijo:
-Toma y lee. Abrió la Sagrada Escritura y leyó
Neque impudici... vitam aeternam possidebunt...
(Los deshonestos no alcanzarán la vida eterna).
Por el contrario, la vocación de san Antonio
fue ordinaria: entró un día en la iglesia para oír
misa y oyó leer en el Evangelio: Vete, toma todo
lo que tienes, véndelo, dáselo a los pobres y ven
y sígueme... y él tomó aquellas palabras como para
él...
No hace falta tener una vocación extraordinaria
para seguirla; también la ordinaria se debe cuidar
y seguir.
El Señor nos llama a sí de muchos modos. Hace
unos años vino un joven a hacer los ejercicios con
la prevención de que no quería hacerse sacerdote o
religioso. Es más, antes de salir de Turín, le
dijo su padre:
-Vete con cuidado, porque don Bosco te
conquistará, tú te harás sacerdote. Y esto sería
una verdadera ruina para tu padre.
-No, no se preocupe; mire lo que acabo de
escribir ahora mismo: de ningún modo me dejaré
convencer para hacerme sacerdote.
Así me lo contó también a mí.
Y partió con esta firme determinación. Pero, al
tercer día de los ejercicios, me lo encontré muy
triste en un rincón. Le pregunté qué le pasaba. De
pronto no quiso contestar; después empezó a
titubear y, por fin, me dijo sinceramente:
-Querría ser sacerdote.
->>Y quién te lo impide?
-Mire lo que he escrito.
Le animé y volvió a su casa decidido a hacerse
sacerdote. Se lo dijo a su padre, que no lo quería
en absoluto; le recordó éste su promesa, lo que
había escrito, pero él contestó:
-Yo he probado bastante que el mundo es traidor
y que no se puede vivir seguro estando en él. Yo
quiero asegurar la salvación de mi alma,
haciéndome religioso.
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