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dejaba ver su vivísima pena por no ser comprendido
su modo de obrar, totalmente dirigido a la mayor
gloria de Dios.
Volviendo a mi diario, y a la fecha antes
citada, donde he referido la negativa de
audiencia, encuentro así reflejada la impresión
que me dejó la narración hecha por el Venerable:
<>Los innumerables beneficios compartidos con
el amigo se cambian así, y, sin embargo, ícuánto
se querían antes! >>Por qué habrá cambiado tanto
mi tío el Arzobispo? íAh! Quien ha tomado la
triste labor de suscitar tales discordias,
ciertamente deberá tener mucho remordimiento.
>>Por qué, entonces, no se desdice de cuanto
afirmó sin el más leve asomo de verdad?>>.
A mí me parece que uno de los principales
causantes de tales disensiones era el Secretario
de mi tío el Arzobispo, el teólogo Tomás Chiuso,
difunto ya hace algunos años, y a él aludo con
estas palabras. Fui invitada frecuentemente a la
mesa por mi tío el Arzobispo, y oí a su Secretario
decir chistes y sarcasmos dirigidos a <>, o bien: <>.
Declaro que aunque yo he sufrido ((**It11.554**))
perjuicios económicos y experimentado graves
disgustos por su culpa, sin embargo no guardo
ningún resentimiento contra él, ya que todo lo he
perdonado por amor del Señor, y cuando supe que se
encontraba en apuros económicos hice saber a
alguno de sus parientes o conocidos que estaba
dispuesta a socorrerlo. Después de su muerte hice
celebrar misas y recé en sufragio de su alma.
No me consta y, más aún, estoy convencida de
que el Venerable no hablaba con nadie más que con
nosotras sobre este tema, y cuando lo hacía, nos
decía: <>.
Añado ahora que el Venerable, cuando aludía a
la persona de mi tío el Arzobispo, siempre usaba
el título de señor Arzobispo y rara vez <>.
* * *
Estoy convencida de que el Venerable soportó
constantemente con paciencia y plena resignación
estas dolorosas pruebas como todas las demás.
Puedo decir que nunca, durante esta larga
controversia, le vi alterado, aunque estaba
profundamente afligido.
Cuando me refirió que no le concedió la
audiencia, de la que antes he hablado, anoté en el
diario mi impresión y las palabras que le oí: <>. No había visto en mi vida a don
Bosco con la faz demudada;pero esta vez, mientras
hablaba, su rostro palidecía y después se
acaloraba.
Nunca he oído a nadie que dijera que el
Venerable hubiera manifestado resentimiento por
estas controversias.
* * *
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