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homini negotiatori quaerenti bonas margaritas et
inventa una pretiosa, vadit, vendit omnia quae
habet et emit agrum illum. El reino de los Cielos
es semejante a un mercader que anda buscando
perlas finas y que, al encontrar una de gran
valor, va y vende todo lo que tiene y la compra.
>>Cuál será esta perla preciosa? Esta perla
preciosa tiene muchos significados. Puede
entenderse, en general, la virtud. >>Y qué perla
más preciosa que ésa puede poseerse? En
particular muchos interpretan esta perla por
la fe; porque cuando uno la ha encontrado,
puede considerarse afortunado, ya que con ella
puede poseer el reino de
Dios. Para vosotros es una perla preciosa la
instrucción, que con tanta abundancia habéis
recibido y podéis recibir, ya sea la instrucción
literaria, ya sea la instrucción religiosa. No les
es dado a todos adquirir tantos conocimientos, que
podrán seros de incalculable utilidad para toda la
vida.
Con todo, cuando hablo a jóvenes, no imagino
que puedan ellos encontrar una perla más preciosa
que conocer su propia vocación. Sí, la vocación al
estado eclesiástico y al estado religioso es una
perla tan preciosa, que me parece no es posible
encontrar otra que pueda compararse con ella.
Notad, sin embargo, que cuando se habla de ir a
buscar y obtener una perla preciosa no se habla de
abandonar las demás, no; digo
que ésta es tan preciosa, que debemos buscarla con
toda solicitud, porque, si ésta se consigue, se
adquirirán muchas otras juntamente; no puede vivir
a solas, sino que lleva consigo a las demás
virtudes, de modo que puede decirse de ella lo que
se lee en la Sagrada Escritura: Venerunt mihi
omnia bona pariter cum illa (Todos los bienes me
vinieron juntamente con ella).
Cuando un joven trata de deliberar sobre su
vocación, se encuentra frente al mundo, que le
presenta mil halagos. íCuántas cosas acuden a la
fantasía del joven en esta edad! Por un lado
desearía darse a la buena vida; mas, por otro,
está el amor a la gloria, el deseo de hacer una
carrera, el ansia de ganar dinero y llegar a ser
rico. El demonio pone entonces por delante la
monotonía de la vida religiosa, los desprecios,
las mortificaciones, la continua obediencia. >>Y
cómo se las va a arreglar, en medio de todos estos
pensamientos, para decidir la vocación?
Hacer lo que san Ignacio enseñaba a san
Francisco Javier, siendo ambos estudiantes en la
Universidad de París. Cuando se hicieron ((**It11.509**))
amigos, y vio san Ignacio que su compañero estaba
muy apegado a la vanidad, al honor y a la gloria,
le iba repitiendo:
->>De qué sirve todo esto para la eternidad?
-Yo estudiaré, me licenciaré, seré profesor;
>>y quién sabe si no llegaré a ser profesor de
la Sorbona algún día?
-Sí, muy bien; pero, después de la muerte:
>>harás todavía algo de todo esto? La vida es un
soplo y dura poco; la eternidad no acaba jamás.
>>A qué afanarse tanto para parecer algo en este
mundo durante unos pocos días y no pensar en
prepararse un buen puesto en el lugar donde
tendremos que estar por toda la eternidad?
Algo semejante le ocurrió a san Felipe. Se
encontró con un joven, Francisco Zazzera... y
después... y después... Sí, este mundo es como
una función de teatro: pasa en un momento.
Por consiguiente, para decidir sobre la
vocación hay que situarse en el punto de la
muerte; desde allí se distingue lo que es vanidad
y lo que es realidad.
Hay que ver lo que es de verdadera utilidad: no
lo caduco y transitorio, sino lo que es realmente
útil y eterno. Qué afortunado es un joven, no
puedo callármelo, qué afortunado si, cuando se
trata de conocer la propia vocación, encuentra una
persona santa que le sepa sugerir lo que realmente
quiere el Señor de él; que sepa
(**Es11.430**))
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