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->>Cómo es eso?, pensó para sí. Estoy yo aquí,
las licencias están firmadas, me las pueden
entregar en mano, y quieren molestarse en
mandarlas después al Oratorio. Además, siempre ha
habido la costumbre de venir a retirarlas. íAquí
hay gato encerrado!
A fines de octubre estaba un día el Siervo de
Dios en el patio, rodeado de sacerdotes y
clérigos, cuando entró un empleado de la Curia con
un paquete en la mano y dijo al Beato:
-Me alegro de haberle encontrado enseguida,
porque debo entregarle esto.
Pero don Juan Cagliero, en un abrir y cerrar de
ojos, se dio cuenta de que allí venían las
licencias de los confesores de la casa; así que
extendió rápidamente la mano, las agarró y dijo:
-íNo, esto es para mí!
El enviado por la Curia se lo entregó, y él,
sacando lo que le importaba, le dijo que llevase a
don Miguel Rúa los demás papeles que él devolvía.
Lleno de curiosidad subió corriendo a la
habitación, abrió el envoltorio y aparecieron, las
primeras, las licencias de don Bosco. Miró y leyó:
ad sex menses (para seis meses); observó, después,
las demás y leyó en todas: ad annum (para un año).
De donde resultaba que las licencias para confesar
de don Bosco habían caducado en septiembre.
Enfurecióse don Juan Cagliero, pero se contuvo y
no soltó prenda más que a don Miguel Rúa, a quien
confió la cosa exhortándole a que pusiera remedio,
sin que don Bosco llegara a enterarse. Después él
partió para América.
Don Miguel Rúa envió al reverendo Cibrario a la
Curia para hablar con el canónigo Zappata, Vicario
General. Este, apenas advirtió ((**It11.480**)) la
novedad, se puso en pie, y dijo:
-Esto no puede ser, no puede ser; esto se hace
con los borrachos.
Dígale, sí, dígale a don Bosco que siga
confesando, le doy yo las licencias.
Hablaba así, porque aquellos días estaba el
Arzobispo fuera de Turín, como ya se dijo cuando
se trató de ir a visitarle los misioneros.
Don Miguel Rúa, muy afligido, siguió
manteniendo oculta aquella aversión, hasta que, de
vuelta el Siervo de Dios de su viaje a Liguria con
los misioneros creyó que no habría sido prudente
ocultárselo por más tiempo. Mas, por otra parte,
se acercaban las fiestas navideñas, en cuya
ocasión le tocaba al Beato confesar muchísimo y se
habría suscitado un enorme escándalo, si de
repente hubiese tenido que abstenerse sin una
razón visible. Por consiguiente, don Miguel Rúa
optó por seguir callado.
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