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y convertir en inofensivos para la honrada
juventud: los diccionarios. La experiencia había
enseñado a don Bosco que ciertas palabras, ciertas
frases, ciertos ejemplos caen bajo los ojos de los
muchachos, aun sin buscarlos, hiriendo su fantasía
y convirtiéndose en incentivo del pecado. En
cuanto tuvo una imprenta a su disposición, creyó
que había llegado la hora de librar ((**It11.434**)) a las
escuelas de aquel obstáculo. Encargó a don
Celestino Durando que preparara dos diccionarios
de la lengua latina, uno de tamaño pequeño y otro
grande en dos volúmenes; al padre Pechenino le
encomendó el de lengua griega y a don Francisco
Cerruti el de italiano. Ideaba, además, un
diccionario geográfico, que confió a don Julio
Barberis, y un diccionario histórico, que puso en
manos de un colaborador suyo; pero éstos no
llegaron a su término. Los tres primeros, por el
contrario, alcanzaron una edición tras otra y,
hasta ahora, no parece que hayan acabado sus días.
Cerruti trabajó en él hasta el 1879; Durando y
Pechenino, que desde hacía tiempo acumulaban
material, brindaron a las escuelas en breve tiempo
el fruto de su trabajo y en 1876, ya corrían por
las aulas de los colegios los dos volúmenes
grandes del primero y el diccionario griego del
segundo. Las tres publicaciones recibieron aplauso
unánime de cuantos amaban la educación cristiana
de la juventud. Cerruti se adelantó a los autores
de diccionarios italianos, dando cabida en su
léxico a muchísimos términos técnicos, acabando
con los escrúpulos amontonados por los puristas;
pero en el aspecto moral, que era lo que más
interesaba a don Bosco, la Civilt… Cattolica dijo
de aquel diccionario que era como <>.
Durando alcanzó unos honores que queremos
señalar aquí. Cuando don Bosco empezó, hacia 1870,
a insinuarle el trabajo de expurgar los vocablos
obscenos y quitar la contaminación de los ejemplos
escandalosos, no era todo; los diccionarios
latinos andaban bastante mal en cuanto a la parte
científica. El diccionario entonces en boga, y que
llevaba las insignias regias, estaba tan plagado
de errores, que el Gobierno piamontés había
ofrecido trece mil liras a Vallauri, si aceptaba
corregirlo. Pero Vallauri se negó a ello, quizá
porque le pareció pequeña la oferta. Se puso a la
obra el profesor Bacchialoni, pero, cuando hubo
corregido cien páginas, se cansó. Entonces se
aprestó a ello el profesor Mirone, el cual tuvo la
constancia de continuar hasta el fin, pero dejó la
obra incompleta. Posteriormente Vallauri tomó el
trabajo de Mirone, púsole ((**It11.335**)) una
pomposa introducción, lo encabezó con su nombre,
agregó algo o nada de su propia cosecha, y salió a
la luz pública el famoso Vocabulario Latino de
Tomás Vallauri, que, por estar impreso con
variedad de caracteres y en papel satinado y
encuadernado
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