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un asilo para niños y niñas abandonados y, a la
chita callando, se convirtieron en amos del lugar.
El buen Obispo, monseñor Lorenzo Biale, no
dormía. Desde que el vigilante Pastor se dio
cuenta de la invasión protestante no descansaba;
tanto mas que los herejes empezaron a ejercer
desde allí su influencia en los pueblos de
alrededor. Buscó maestros católicos, imploró
socorro, apeló a Roma. El Sumo Pontífice publicó
un Breve congratulándose con él porque, a pesar de
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pobreza de su diócesis, hubiese establecido
escuelas católicas en los llanos de Vallecrosia
frente a las de los protestantes, que intentaban
desviar a los muchachos; y fue el primero en dar
ejemplo, enviando un socorro al eximio prelado 1.
Pero >>cómo podía un pobre obispo italiano
aguantar la competencia del oro extranjero?
Invitó, pues, a don Francisco Cerruti, director de
Alassio, para que fuera a Ventimiglia, y le dijo
llorando:
-Mi querido padre Cerruti, diga a don Bosco que
no me abandone. Soy viejo, paso ya de los noventa
años, el clero con que cuento es escaso; apenas si
tengo diez seminaristas y aquí, a la puerta de
casa, ante mis ojos, los valdenses destruyen la fe
de mi pueblo. Me he sometido a sacrificios para
impedir la irrupción del enemigo, pero no basta.
Necesito que don Bosco venga en mi ayuda y pronto.
Conmovido hasta las lágrimas, partió don
Francisco Cerruti hacia Turín en busca de don
Bosco, pero le dijeron que don Bosco estaba en
Cúneo. Corrió a Cúneo, pero don Bosco se hallaba
en Beinette, huésped del piadoso bienhechor, el
reverendo Vallauri. Voló a Beinette donde le
encontró rezando el rosario con la familia. La
imprevista aparición de Cerruti alarmó al Siervo
de Dios, que se temió alguna grave desgracia. Una
vez tranquilizado y oída la embajada, se recogió
un instante y respondió:
-Vuelve a Ventimiglia y di al señor Obispo que,
desde este momento, estamos a su disposición.
Don Francisco Cerruti salió a la mañana
siguiente para llevar al Obispo la consoladora
noticia. El venerando Pastor alzó sus manos al
cielo y exclamó entre lágrimas:
-Gracias, Señor; ahora muero tranquilo.
Efectivamente a poco murió; pero tuvo tiempo
para ver encaminadas las cosas.
Cuando el Beato fue a Ventimiglia, no hubo
necesidad de nada para ponerse de acuerdo con el
venerando anciano. Conocía a los valdenses hacía
mucho tiempo, y Monseñor había puesto en don Bosco
1 Acta Pii IX, vol. 5, pág. 67.
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