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de la nave les sirven de silla y tienen para
dormir, todos juntos, un amplio dormitorio con
cientos de literas alrededor, como las estanterías
de una biblioteca.
-Estas son las tres clases de viajeros, me dijo
el capitán; y no hay más.
-A estas tres, repliqué yo, hay que añadir
otras dos.
-Explíquese, contestó el capitán.
-Venga, señor capitán, le dije; >>no ve ahí
debajo cuántos pollos, gallos, gallinas, conejos,
palomas, vacas, bueyes y hasta aquellos dos
cerdos? >>No son también pasajeros que hay que
contar en el número de los que tienen boca y
comen, lo mismo que los demás? Estos, según mis
cálculos, son los de cuarta clase.
-Vaya, vaya -dijo riendo el capitán- he
aprendido algo nuevo; es verdad, no se me había
ocurrido, pero no me figuro dónde pueda estar la
quinta clase.
-Pues mire, yo se la hago ver fácilmente; basta
hacer un pequeño ejercicio gramatical como el que
hacen los maestros del segundo o tercer grado
elemental; es decir, no hay más que cambiar el
verbo de la voz activa a la pasiva, y me explico:
>>no ve, señor capitán, cuántos manjares, asados,
fritos, cocidos, verduras, salsas y ensaladas?
>>No viaja también todo esto? Es más, >>podrían
viajar los otros sin ellos? íNo! Por tanto hay que
contarlo; esto forma la quinta clase; y, si no
fuera por discreción, aún contaría la sexta clase
con las maletas, equipajes y bultos más pesados
que transporta el buque.
Riéronse los que me escuchaban y entre tanto
nos condujo el capitán a ver los camarotes
correspondientes a nuestros misioneros. Se
descendía al interior de la nave por una escalera
comodísima, cubierta con una alfombra de felpa
roja. Por miedo a ensuciarla, miraba si llevaba
barro en los zapatos; pero el capitán me hizo una
señal como diciendo: no importa que se ensucie, la
limpiarán los empleados. Llegamos a una sala
grande, y no creo exagerar si digo que era como la
mitad de este locutorio.
Allí había sillas de terciopelo, sofás,
alfombras, armarios, espejos y cuantas comodidades
pueda uno imaginarse. Y alrededor de esta sala
están los espacios destinados para dormir, esto
es, muchos cuartitos que se llaman camarotes. En
ellos están las literas colocadas una sobre otra,
de modo que uno se acuesta en la de abajo, otro
sube a la de encima y el tercero más arriba aún.
Hay camarotes que tienen cuatro literas, otros
tres o dos; en algunos como, por ejemplo, el de
don Juan Cagliero hay una
sola cama para su mayor comodidad.
((**It11.405**)) Estaba
aquella sala llena de viajeros y de marineros que
transportaban los equipajes. Al ver que había allí
un piano, Molinari comenzó a tocar una bonita
marcha, a continuación entonó el Load a María y
sus compañeros le siguieron hasta el fin. El
cántico atrajo a muchas otras personas. Entonces
don Juan Cagliero se abrió paso entre la gente y,
aprovechando la ocasión, empezó allí mismo la
misión con un sermoncito. Comenzó diciendo:
-Puesto que hoy se celebra aquí en Génova la
fiesta del Patrocinio de María Santísima, es muy
justo que, a punto de emprender un viaje tan
largo, se invoque, cantándole alabanzas, la
protección de la que es estrella del mar y guía
seguro al puerto, según las palabras de san
Bernardo...
Y terminó con una oportunísima exhortación,
diciendo que durante el viaje todos tendrían
comodidad para oír misa, confesarse y comulgar.
íFue algo maravilloso! De entre tantas personas
(eran cerca de setecientas) como hubo en aquella
plática y en las siguientes, según me escribió don
Juan Cagliero, ninguno protestó ni profirió
palabras de desprecio. Al contrario, algunos
preguntaron enseguida donde podrían confesarse; y,
como no había confesonarios, hubo que improvisar
uno con sillas, un velo y una cortina.
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