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<>.
Evidentemente le había ayudado la Providencia.
Detúvose todavía un poco en Sampierdarena y en
Génova. Y el 6 de diciembre, hacia las cuatro de
la tarde, llegaba finalmente al Oratorio, de donde
había estado ausente veinticinco días. Todos le
esperaban con impaciencia, alumnos, clérigos y
superiores. Cuenta la crónica: <>. Se estaban terminando las clases,
cuando corrió la noticia de su llegada y que ya
estaba en su habitación.
Prosigue la crónica: <>.
Llegada la hora de la cena, don Bosco entró en
el refectorio a tiempo de que se leía. Don Miguel
Rúa autorizó enseguida que se rompiera el silencio
y ((**It11.402**)) todos
prorrumpieron en un cariñoso aplauso. La crónica
describe así su entrada: <>. Así, por ejemplo, al
pasar al lado de don Julio Barberis se detuvo un
instante y, dirigiéndole una de aquellas sus
indescriptibles miradas, le dijo:
-He tenido muy en cuenta tu proyecto y busco la
manera de realizarlo.
Eso bastó para colmarle de tal alegría que se
olvió de los tristes pensamientos que hacía días
le atormentaban.
Después de la cena escuchó, como de costumbre,
todo lo que fueron a decirle y manifestó su
opinión sobre los asuntos que había dejado
pendientes. Advirtió a la comunidad que aquella
noche tenía que contar muchas cosas interesantes
de su viaje. Y a las nueve ya estaban esperando
todos reunidos, estudiantes, aprendices, novicios
y coadjutores.
Apenas apareció, estallaron tales vivas a don
Bosco y tan fragorosos aplausos que debieron oírse
desde quién sabe dónde. Y no se restableció el
silencio hasta que el Beato subió a la tribuna e
hizo la señal de que iba a hablar. Dijo así:
(**Es11.342**))
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