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recordó que aquel día se celebraba en Génova la
fiesta del Patrocinio de María Santísima, y dijo
que le parecía oportuno que, a punto como estaban
de emprender un viaje tan largo, se invocara la
protección de la que es estrella del mar y guía
seguro al puerto. Añadió que, durante la travesía
del Atlántico, todos tendrían comodidad para oír
la santa misa, confesarse y comulgar... Sus
palabras fueron recibidas con respeto y produjeron
efecto inmediatamente porque algunos preguntaron
enseguida dónde podrían confesarse, por lo que fue
necesario improvisar un confesonario con una
cortina.
Hasta entonces los misioneros habían mantenido
el buen humor; la presencia del Padre querido
prestaba vigor a sus almas. Pero se acercaba el
momento crítico de la separación. A las once se
oyó la señal de que bajaran del buque todas las
personas que no eran viajeros. El Beato había
conversado largo rato con el Capitán,
recomendándole a sus queridos hijos. Y él, persona
muy atenta, le prometió que tendría con ellos toda
suerte de miramientos y que serían siempre
respetados por la tripulación. El siervo de Dios
los agrupó finalmente junto a sí, les dio las
últimas recomendaciones paternales y los bendijo.
El coadjutor Enría, que se encontraba hacía
unos meses en Sampierdarena y estuvo presente a la
escena de la separación, la describe así: <>-íDichosos vosotros, que vais a lanzar la
simiente evangélica ((**It11.393**)) por
aquellas tierras! íCuántos frutos reportaréis a la
Iglesia y a nuestra Sociedad Salesiana!
Trabajaréis con empeño y vuestro trabajo
contribuirá al triunfo de nuestra sacrosanta
Religión y de la Iglesia Católica, Apostólica,
Romana y recibirá una inmensa recompensa de Dios.
El Señor os asegura por mi medio una mies
incalculable; estad seguros. No os preocupen los
trabajos, las privaciones, los desprecios del
mundo.
>>Los misioneros y los que estaban en la sala
se arrodillaron. Don Bosco los bendijo con voz
serena y los fue abrazando uno a uno, empezando
por Cagliero. Descendió después del buque. Estaban
con él don Pablo Albera, don Juan Bautista
Lemoyne, el hermano de Cagliero y otros. Cuando
estuvimos en la lancha, los ojos de don Bosco y
los nuestros seguían fijos en el barco para ver
una vez más a los misioneros que estaban en
cubierta y nos daban el último adiós. Don Bosco
tenía la cara colorada por el esfuerzo que había
hecho para contener su emoción>>.
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