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CAPITULO XVI
PARTIDA DE LOS MISIONEROS
ERA el mes de marzo. Cierto día, después de haber
permanecido un rato pensativo y silencioso, dijo
don Bosco a don Juan Cagliero, que estaba a su
lado:
-Quisiera mandar a uno de los sacerdotes más
antiguos para acompañar a nuestros misioneros a
América y que se quedara allí unos tres meses con
ellos, hasta que estén bien instalados. Dejarlos
ahora solos, sin un apoyo, sin un consejero en
quien confiarse, me parece algo duro. No tengo
ánimos ni para pensarlo.
Don Juan Cagliero respondió:
-Si don Bosco no encuentra ninguno a quien
confiar este encargo y me considera capaz de ello,
estoy a su disposición.
-Muy bien, contestó el Siervo de Dios.
Pasaban los meses y el Beato no hacía la menor
alusión a este su proyecto. Pero, acercándose el
día de la partida, dijo de improviso a Cagliero:
-En cuanto a lo de ir a América: >>sigues
pensando igual? >>O fue una broma eso de que
estarías dispuesto a ir?
-íBien sabe usted que nunca hablo en broma con
don Bosco!, respondió don Juan Cagliero.
-Pues bien, íprepárate! Ha llegado el momento.
En aquel mismo instante corrió Cagliero a dar
órdenes para los preparativos; tanto que, a los
pocos días, trabajando sin parar, tenía todo a
punto. Fue entonces cuando en la mente ((**It11.373**)) del
Beato se acercaba el cumplimiento de su persuasión
de que Cagliero sería elevado a la dignidad
episcopal.
Don Juan Cagliero, que había obtenido con
sobresaliente el doctorado de teología en la
Universidad Real, era profesor de moral en el
Oratorio, dirigía varios institutos religiosos de
la ciudad, era maestro de música de los muchachos
e intervenía en los asuntos más delicados de la
casa; nadie hubiera imaginado que podía
ausentarse, ni siquiera por poco tiempo. De haber
ido don Juan Bonetti, no hubiera sido necesario
que otro acompañara la expedición; pero entre los
elegidos
(**Es11.318**))
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