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nuevo vestidas de negro. Aquel cambio de escena
suscitó un murmullo de sorpresa y aprobación.
Sin embargo la Madre no se hubiera atrevido a
introducir la innovación sin hablar de ella con el
Fundador. Se lo refirió y obtuvo esta respuesta:
-Espero ir para los ejercicios y entonces
decidiremos. Mientras tanto irá don Miguel Rúa,
que es prefecto general y casi no conoce todavía a
las Hermanas. Así también él lo verá.
Fue don Miguel Rúa y le recibieron con el mayor
respeto. Como prefecto general se interesó por la
marcha material, observó con minuciosa atención
los registros, página por página, y se hizo cargo
de toda la gestión económica. Después de
examinarlo todo con su ojo de lince, sugirió
normas muy oportunas. Y, habiéndole rogado que
confesara y predicara, se prestó a ello de muy
buen grado.
Durante su permanencia, llegó a Mornese el
director de Sampierdarena, don Pablo Albera, en
compañía de don Luis Guanella, el cual había
enviado allí desde Sondrio un buen grupo de
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postulantes. Era el mes de junio y los dos
piadosos sacerdotes, según se expresa la crónica,
se alternaban predicando meditaciones sobre el
Corazón de Jesús, dando la bendición y la
platiquita de la noche después de las oraciones.
Llegaron finalmente los ejercicios
espirituales. Comenzaron el 21 de agosto. Los
predicaron don Juan Cagliero y un padre Carmelita.
Aquellos ejercicios marcaron en la historia del
Instituto un notable progreso en la perfecta
regularidad de la vida religiosa, como ahora
veremos.
El Beato estuvo presente durante los últimos
días. Confesó, platicó y después comunicó una gran
noticia:
-La Regla manuscrita, dijo, aún no habla de
ello, pero es intención de la Iglesia que las
hermanas, después de un trienio o dos de una buena
prueba, se unan a Dios con votos para siempre; y
como ya ha transcurrido un trienio desde que
hicieron sus votos las primeras profesas, al
terminar estos ejercicios con la ceremonia de la
toma de hábito y de la profesión, harán los votos
perpetuos las que así lo deseen y las superioras
estimen que se les pueden conceder; las demás
podrán renovar los votos, si bien alguna...
La reticencia era muy elocuente. Estaba él al
corriente de cuanto pasaba en casa; no faltaba
alguna cabecita ligera en medio de las demás:
ocurre en todas partes.
Las religiosas trienales fueron a pedirle que
las admitieran a los votos perpetuos. Pero él,
después de exponer su parecer, concluía
invariablemente:
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