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CAPITULO XV
LAS HIJAS DE MARIA AUXILIADORA
LA modesta casa de Mornese, vivero del incipiente
Instituto de las Hijas de María Auxiliadora,
acogía entre sus muros una pléyade de almas
selectas, cuya vida era pobreza, piedad y trabajo.
La Madre Mazzarello enfervorizaba, con la eficacia
de su ejemplo, a postulantes, novicias y profesas
en la práctica de todas las virtudes religiosas,
aceptando como ley inconcusa cualquier indicación
de parte del Beato Fundador.
La dirección espiritual estaba en muy buenas
manos. Un cronicón documentado, que tenemos a la
vista, perteneciente al archivo central del
Instituto, retrata así al director: <>.
Reinaba la pobreza en todo y con las formas más
austeras. Es edificante y conmovedor leer los
sacrificios a que se sometían aquellas buenas
religiosas, no por resignación sino por amor a
esta virtud. El Beato creía, sin embargo, que se
debía moderar aquel ardimiento, y, en
consecuencia, escribió a la Madre que hiciera por
mejorar algo la comida, en atención a la salud de
las hermanas, comenzando por el escaso y seco
desayuno que acabaría por debilitar mucho los
estómagos. La Madre, con ganas de secundar siempre
los deseos del ((**It11.360**)) Beato,
pero temiendo al mismo tiempo abrir la puerta a
exigencias perjudiciales, por las que pudiera
entrar la flaqueza del espíritu, recurrió a una
pequeña estratagema. Escribió al Beato una carta
en la que, protestando obediencia, exponía sus
temores; después se dirigió a cada una de las
hermanas y les hizo esta pregunta:
->>Estás contenta con el desayuno? >>Te parece
suficiente? >>No crees que vendría bien tomar algo
más, por ejemplo, un poco de leche?
De la primera a la última, con la sinceridad
habitual en aquella vida de familia, las hermanas
optaron por el statu quo, respecto al
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